Así imagina Gustave Doré el Edén, en donde Adán y Eva viven en armoniosa y amorosa condescendencia, y así lo explica Milton en El Paraíso Perdido:
"Dos se destacan por su noble forma,
Altas y erguidas cual si fueran dioses,
Vestidas con el natural honor
De su desnuda majestad, parecen
Los señores de todo, y dignos de ello
Se mostraban, pues en su faz divina
Resplandecía la gloriosa imagen
De su creador, verdad, sabiduría,
Santidad severa y pura, severa
Pero asentada en la verdadera
Libertad filial, de donde nace
La libertad auténtica del hombre..."
Al final de El Paraíso Perdido, Adán y Eva se han arrepentido de sus pecados y les han sido concebidos "muchos días" de vida mortal; pero no en el Paraíso. Entonces es cuando el arcángel San Miguel conduce a Adán a la cima de un monte y le muestra el futuro, incluida la venida de Cristo y su redención del pecado de Adán. Éste siente a un tiempo "gozo y asombro" ante un cambio que no comprende:
"¡Oh infinita bondad, bondad inmensa!
Que hará todo este bien surgir del mal,
Y el mal volverse bien; más asombroso
Que aquél que al principio de la creación
Trajo la luz de las demás tinieblas..."
Para Roger Shattuck el universo de Adán ha quedado totalmente transformado, sus versos representan la expresión literaria más conocida de la Caída Venturosa, una contradicción o inversión de la interpretación que había sido gradualmente adoptada como doctrina cristiana en la Edad Media. Para nosotros representa ese conocimiento ambiguo que simboliza todo lo humano, lo paradójico que asimilamos con dificultad, una contradicción afirmada.
[John Milton, El Paraíso Perdido, Madrid, Cátedra, 1986, págs. 191 y 501; Roger Shattuck, Conocimiento Prohibido, Madrid, Taurus, 1998, págs. 399-400].
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