viernes, 2 de noviembre de 2018

AMAREMOS LA ESCLAVITUD. HUXLEY Y UN MUNDO FELIZ





"—Mi joven y querido amigo —dijo Mustafá Mond—, la civilización no tiene ninguna necesidad de nobleza ni de heroísmo. Ambas cosas son síntomas de ineficacia política. En una sociedad debidamente organizada como la nuestra, nadie tiene la menor oportunidad de ser noble y heroico. Las condiciones deben hacerse del todo inestables antes de que surja tal oportunidad. Donde hay guerras, donde hay una dualidad de lealtades, donde hay tentaciones que resistir, objetos de amor por los cuales luchar o que defender, ahí, es evidente, la nobleza y el heroísmo tienen algún sentido. Pero actualmente no hay guerras. Se toman todas las precauciones posibles para evitar que cualquiera pueda amar demasiado a otra persona. No existe la posibilidad de elegir entre dos lealtades o fidelidades; todos están condicionados de modo que no pueden hacer otra cosa más que lo que deben hacer. Y lo que uno debe hacer resulta tan agradable que se permite el libre juego de tantos impulsos naturales, que realmente no existen tentaciones que uno deba resistir. Y si alguna vez, por algún desafortunado azar, ocurriera algo desagradable, bueno, siempre hay el soma, que puede evadirnos de la realidad. Y siempre hay el soma para calmar nuestra ira, para reconciliarnos con nuestros enemigos, para hacernos pacientes y sufridos. En el pasado, tales cosas sólo podían conseguirse haciendo un gran esfuerzo y después de muchos años de duro entrenamiento moral. Ahora, usted se toma dos o tres tabletas de medio gramo, y está listo. Ahora, cualquiera puede ser virtuoso. Uno puede llevar al menos la mitad de su  moralidad en el bolsillo, dentro de un frasco. El Cristianismo sin lágrimas: esto es el soma.
—Pero las lágrimas son necesarias. ¿No recuerda lo que dice Otelo? “Si después de cada tempestad vienen tales calmas, ojalá los vientos soplen hasta que despierten a la muerte”. Hay una historia
que uno de los ancianos indios solía contarnos, acerca de la Doncella de Mátsaki. Los jóvenes que deseaban casarse con ella tenían que pasarse una mañana cavando en su huerto. Parecía fácil; pero
en aquel huerto había moscas y mosquitos mágicos. La mayoría de los jóvenes, simplemente, no podían resistir las picaduras y el escozor. Pero el que logró soportar la prueba, se casó con la muchacha.
—Muy hermoso. Pero en los países civilizados —dijo el Interventor— se puede conseguir a las muchachas sin tener que cavar para ellas; y no hay moscas ni mosquitos que le piquen a uno. Hace siglos que nos libramos de ellos.
El Salvaje asintió, ceñudo.
—Se libraron de ellos. Sí, muy propio de ustedes. Librarse de cualquier cosa desagradable en lugar de aprender a soportarla. “En todo caso, es más noble soportar en el alma las pedradas o las flechas de la mala fortuna, o bien tomar las armas contra un mar de pesares y oponerse a ellos hasta el fin...” Pero ustedes no hacen ni una cosa ni otra. Ni sufren ni luchan. Se limitan a abolir las pedradas y las flechas. Es demasiado fácil.
El Salvaje enmudeció súbitamente, pensando en su madre. En su habitación del piso treinta y siete, Linda había flotado en un mar de luces cantarinas y caricias perfumadas, había flotado lejos, fuera
del espacio, fuera del tiempo, fuera de la prisión de sus recuerdos, de sus hábitos, de su cuerpo envejecido y abotagado. Y Tomakin, ex director de Incubadoras y Condicionamiento, Tomakin seguía todavía de vacaciones, escapando de la humillación y el dolor, en un mundo donde no pudiera oír esas palabras, aquellas risas burlonas, donde no pudiera ver aquel rostro horrible, ni sentir aquellos brazos
húmedos y flácidos alrededor de su cuello, en un mundo hermoso...
—Lo que ustedes necesitan —prosiguió el Salvaje— es algo con lágrimas que les cueste. Aquí nada cuesta lo bastante. “Exponer lo que es mortal e inseguro al azar, la muerte y el peligro, aunque
sólo sea por una cáscara de huevo...” ¿Es que no hay algo en esto? — preguntó, mirando a Mustafá Mond—. Dejando aparte a Dios, aunque, desde luego, Dios sería una razón para obrar así. ¿No tiene su hechizo el vivir peligrosamente?

—Ya lo creo —contestó el Interventor—. De vez en cuando hay que estimular las glándulas suprarrenales de hombres y mujeres.
—¿Cómo? —preguntó el Salvaje, sin comprender.
—Es una de las condiciones para la salud perfecta. Por esto hemos impuesto como obligatorios los tratamientos de S.P.V.
—¿S.P.V.?
—Sucedáneo de Pasión Violenta. Regularmente una vez al mes. Inundamos el organismo con adrenalina. Es un equivalente fisiológico completo del temor y la ira. Todos los efectos estimulantes
que produce asesinar a Desdémona o ser asesinado por Otelo, sin ninguno de sus inconvenientes.
—Es que a mí me gustan los inconvenientes.
—A nosotros, no —dijo el Interventor—. Preferimos hacer las cosas con comodidad.
—Pues yo no quiero comodidad. Yo quiero a Dios, quiero poesía, quiero peligro real, quiero libertad, quiero bondad, quiero pecado.
—En suma —dijo Mustafá Mond—, usted reclama el derecho a ser infeliz.
—Muy bien, de acuerdo —dijo el Salvaje, en tono de reto—. Reclamo el derecho a ser infeliz.
—Esto, sin hablar del derecho a envejecer, a volverse feo e impotente, el derecho a tener sífilis y cáncer, el derecho a pasar hambre, el derecho a ser piojoso, el derecho a vivir en el temor constante de lo que pueda ocurrir mañana; el derecho a enfermarse de tifoidea; el derecho a ser atormentado por indecibles dolores de cualquier clase. — dijo el Interventor. Siguió un largo silencio.
—Reclamo todos estos derechos —concluyó el Salvaje.
Mustafá Mond se encogió de hombros.
—Están a su disposición —dijo".

[Aldous Huxley, Un mundo feliz, Madrid Taurus, 3ª ed. 1978, págs. 174-176].


1 comentario:

  1. Para mi "UN MUNDO FELIZ", es un libro genial, realista, y rupturista como lo fue "1984". Al denunciar la dictadura de los poderes fácticos.

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