En la versión original de Hesíodo sobre el mito prometeico,
Prometeo es castigado por los dioses por engañarlos al dividir la
carne del sacrificio: por su arrogante intento de cambiar el orden
preestablecido de las cosas, por su ignominioso cinismo al inmiscuirse
en lo que a ningún ser humano le estaba permitido. El poema
de Hesíodo fue compuesto para una audiencia que vivía en defensa continua del pasado en que se fijaron los patrones, de una
época «dorada» porque no conocía la amenaza de la caída. Para
esa audiencia, el pasado representaba seguridad, y el futuro, peligro;
el sufrimiento era el efecto colateral de romper la tradición, y
un alejamiento de cómo eran las cosas y cómo deberían permanecer
por disposición de la voluntad sobrehumana de los dioses. Fue
en la versión posterior de Esquilo que el mito se revirtió: Prometeo
sufrió su cruel castigo por llevarles a los hombres «las artes no
sólo de curar, las matemáticas, la medicina, la navegación y la adivinación,
sino la minería y cómo trabajar los metales». Los dioses
ya no son los guardianes del orden que protege a los seres humanos
de la caída; son unos miserables celosos aferrados a las «formas
tradicionales» que representan, ante todo, su privilegio. Los
dioses tratan de que los hombres retrocedan mientras ellos avanzan.
Prometeo deja de ser el criminal fraudulento justamente castigado
para convertirse en un héroe perseguido. Se convirtió en
héroe cuando Atenas —única entre las civilizaciones antiguas—
llegó al límite del moderno, desafiante y temerario impulso hacia
lo gran desconocido, pavimentado y señalado tan sólo por la capacidad
humana de movimiento. «La minería y cómo trabajar los
metales», más que otra cosa, le dio al ser humano la capacidad de
moverse e ir definiendo destinos conforme se movía. También le
permitió liberarse de los más temibles grilletes: los de los fines
fijos y predeterminados de la vida. «La técnica», nos dice Ellul,
«nos permite rehacer la vida y su marco porque no estuvieron
bien hechos». Mas «no estuvieron bien hechos» sólo significa que
fueron hechos de manera diferente de como habrían sido si se hubieran
aplicado los medios técnicos disponibles; el razonamiento
es evidentemente tautológico y, por lo mismo, invulnerable. La
tecnología se define como la «completa separación de la meta y el
mecanismo, limitar el problema a los medios, y no interferir de
manera alguna con la eficiencia [,..]».
[Véase, Zygmunt Bauman, Ética posmoderna, Madrid, Siglo XXI, 2009, págs. 215-216].
No hay comentarios:
Publicar un comentario