"El culto de las aguas —ríos, fuentes, lagos— era en Grecia
anterior a las invasiones indoeuropeas y a toda valorización
mitológica de la experiencia religiosa. Algunos restos
de ese culto arcaico se conservaron hasta el ocaso del helenismo.
Pausanias (VIII, 38, 3-4) pudo ver todavía y describir
la ceremonia que tenía lugar en la fuente Hagno, en
la ladera del monte Lykaios, de Arcadia; a ella acudía en
épocas de sequía el sacerdote del dios Lykaios; ofrecía un
sacrificio y dejaba caer en la fuente una rama de encina.
Es un rito muy antiguo que entra dentro del conjunto «magia
de la lluvia». En efecto, Pausanias cuenta que, después
de la ceremonia, se elevaba del agua un ligero vaho, parecido
a una nube, y poco después comenzaba a llover. No
aparece aquí ninguna personificación religiosa; la fuerza
reside en la fuente misma y esa fuerza, puesta en marcha
por un rito específico, provoca la lluvia.
Homero conocía el culto de los ríos. Los troyanos, por
ejemplo, sacrificaban animales al Escamandro y arrojaban
a sus aguas caballos vivos; Peleas sacrifica cincuenta ovejas
en la fuente del Spercheios. El Escamandro tenía sus
sacerdotes; al Spercheios estaban consagrados un recinto y
un altar. Se sacrificaban caballos o bueyes a Poseidón y a
las divinidades marinas (cf. referencias y bibliografía en
Nilsson, Geschichte, I, 220, n. 3). Otros pueblos indoeuropeos
ofrecían también sacrificios a los ríos; por ejemplo,
los cimbrios (que ofrecían sacrificios al Ródano), los
francos, los germanos, los eslavos, etc. (cf. Saintyves, Corpus,
160). Hesíodo menciona (Op., 737s) los sacrificios
que se celebraban al cruzar un río. (Rito este que tiene
numerosos paralelos etnográficos; los massai del este de
África tiran un puñado de hierbas cada vez que cruzan un río; los baganda de África Central hacen una ofrenda de
granos de café al cruzar el agua, etc.; cf. Frazer, Folklore
in the Oíd Testament, II, 417s). Los dioses fluviales helénicos
son algunas veces antropomorfos; el Escamandro, por
ejemplo, lucha con Aquiles (Ilíada, XXI, 124s). Pero en
su mayoría eran representados bajo forma de toros (referencias
en Nilsson, 221, n. 10). El dios fluvial más conocido
era Aqueloos. Homero le considera incluso como un gran
dios, divinidad de todos los ríos, de los mares y de las
fuentes. Son conocidas las luchas de Aqueloos con Hércules;
se le rendía culto en Atenas, en Oropos, en Megara y
en otras muchas ciudades. Su nombre ha sido interpretado
de maneras muy distintas, pero la etimología más probable
parece ser simplemente «agua» (Nilsson, I, 222).
Huelga citar toda la mitología acuática de los griegos.
Es muy amplia y de perfiles poco precisos. En un continuo
fluir, van apareciendo innumerables figuras míticas, que
repiten el mismo leitmotiv: las divinidades de las aguas
nacen de las aguas. Algunas de estas figuras han llegado
a ocupar un lugar importante dentro de la mitología o de
la leyenda; así, por ejemplo, Tetis, la ninfa marina; así
también Protea, Glaucos, Nerea, Tritón, divinidades neptúnicas
vinculadas todavía a las aguas por su forma, con
cuerpo de monstruos marinos, cola de pez, etc. Viven y
reinan en las profundidades del mar. Como ese elemento,
del que no están del todo ni definitivamente separadas,
esas divinidades son extrañas, caprichosas; hacen el bien
con la misma ligereza que el mal, y como el mar, las más
de las veces hacen el mal. Viven más que los otros dioses,
más allá del tiempo y de la historia. Muy próximas al origen
del mundo, sólo participan ocasionalmente de su destino.
Su vida es quizá menos divina que la de los demás
dioses, pero es más igual y está más vinculada al elemento
primordial que representan".
[Véase, Mircea Eliade, Tratado de historia de las religiones, Madrid, Ediciones Cristiandad, 1974, págs. 237-238].
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