sábado, 21 de julio de 2018

EPIFANÍAS ACUÁTICAS Y DIVINIDADES DE LAS AGUAS



"El culto de las aguas —ríos, fuentes, lagos— era en Grecia anterior a las invasiones indoeuropeas y a toda valorización mitológica de la experiencia religiosa. Algunos restos de ese culto arcaico se conservaron hasta el ocaso del helenismo. Pausanias (VIII, 38, 3-4) pudo ver todavía y describir la ceremonia que tenía lugar en la fuente Hagno, en la ladera del monte Lykaios, de Arcadia; a ella acudía en épocas de sequía el sacerdote del dios Lykaios; ofrecía un sacrificio y dejaba caer en la fuente una rama de encina. Es un rito muy antiguo que entra dentro del conjunto «magia de la lluvia». En efecto, Pausanias cuenta que, después de la ceremonia, se elevaba del agua un ligero vaho, parecido a una nube, y poco después comenzaba a llover. No aparece aquí ninguna personificación religiosa; la fuerza reside en la fuente misma y esa fuerza, puesta en marcha por un rito específico, provoca la lluvia. Homero conocía el culto de los ríos. Los troyanos, por ejemplo, sacrificaban animales al Escamandro y arrojaban a sus aguas caballos vivos; Peleas sacrifica cincuenta ovejas en la fuente del Spercheios. El Escamandro tenía sus sacerdotes; al Spercheios estaban consagrados un recinto y un altar. Se sacrificaban caballos o bueyes a Poseidón y a las divinidades marinas (cf. referencias y bibliografía en Nilsson, Geschichte, I, 220, n. 3). Otros pueblos indoeuropeos ofrecían también sacrificios a los ríos; por ejemplo, los cimbrios (que ofrecían sacrificios al Ródano), los francos, los germanos, los eslavos, etc. (cf. Saintyves, Corpus, 160). Hesíodo menciona (Op., 737s) los sacrificios que se celebraban al cruzar un río. (Rito este que tiene numerosos paralelos etnográficos; los massai del este de África tiran un puñado de hierbas cada vez que cruzan un río; los baganda de África Central hacen una ofrenda de granos de café al cruzar el agua, etc.; cf. Frazer, Folklore in the Oíd Testament, II, 417s). Los dioses fluviales helénicos son algunas veces antropomorfos; el Escamandro, por ejemplo, lucha con Aquiles (Ilíada, XXI, 124s). Pero en su mayoría eran representados bajo forma de toros (referencias en Nilsson, 221, n. 10). El dios fluvial más conocido era Aqueloos. Homero le considera incluso como un gran dios, divinidad de todos los ríos, de los mares y de las fuentes. Son conocidas las luchas de Aqueloos con Hércules; se le rendía culto en Atenas, en Oropos, en Megara y en otras muchas ciudades. Su nombre ha sido interpretado de maneras muy distintas, pero la etimología más probable parece ser simplemente «agua» (Nilsson, I, 222). Huelga citar toda la mitología acuática de los griegos. Es muy amplia y de perfiles poco precisos. En un continuo fluir, van apareciendo innumerables figuras míticas, que repiten el mismo leitmotiv: las divinidades de las aguas nacen de las aguas. Algunas de estas figuras han llegado a ocupar un lugar importante dentro de la mitología o de la leyenda; así, por ejemplo, Tetis, la ninfa marina; así también Protea, Glaucos, Nerea, Tritón, divinidades neptúnicas vinculadas todavía a las aguas por su forma, con cuerpo de monstruos marinos, cola de pez, etc. Viven y reinan en las profundidades del mar. Como ese elemento, del que no están del todo ni definitivamente separadas, esas divinidades son extrañas, caprichosas; hacen el bien con la misma ligereza que el mal, y como el mar, las más de las veces hacen el mal. Viven más que los otros dioses, más allá del tiempo y de la historia. Muy próximas al origen del mundo, sólo participan ocasionalmente de su destino. Su vida es quizá menos divina que la de los demás dioses, pero es más igual y está más vinculada al elemento primordial que representan".

[Véase, Mircea Eliade, Tratado de historia de las religiones, Madrid, Ediciones Cristiandad, 1974, págs. 237-238].

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