"Las religiones seculares se disipan en beneficio del arrebatamiento
de la precariedad. Aún creemos en las causas, pero desde la
relajación, sin ir hasta el final. ¿Acaso las personas están dispuestas
todavía a morir en gran número por sus ideas? Siempre dispuestos al
cambio, la constancia se ha convertido en una cosa antigua. Cada
vez vivimos menos en función de los sistemas de ideas dominantes,
atrapados como el resto en el orden de lo «ligero»; no es que las
finalidades superiores hayan desaparecido, es que han dejado de ser
dominantes. Ciertamente son capaces aquí y allá de movilizar a las
masas, pero circunstancialmente y de manera imprevisible, como
llamaradas pasajeras que pronto se extinguen, reemplazadas por la
larga búsqueda de la felicidad privada. La tendencia principal se
produce en los «planos» rectificables y perecederos; lo temporal
prevalece sobre la fidelidad, la concesión superficial sobre la movilización
creyente. Nos hemos embarcado en un interminable proceso
de desacralización y de insustancialización de la razón que define el
reino de la moda plena. Así mueren los dioses: no en la desmoralización
nihilista de Occidente y en la angustia de la vacuidad de los
valores, sino en las sacudidas de la razón. No en el ensombrecimiento
europeo, sino en la euforia de las ideas y las acciones fugaces. No
en el desencanto pasivo, sino en la hiperanimación y el doping
temporal. No hay que llorar la «muerte de Dios», su entierro
transcurre en technicolor y a cámara rápida: lejos de engendrar la
voluntad de la nada, extrema la voluntad y la excitación de lo
Nuevo".
[Véase, Gilles Lipovetsky, El imperio de lo efímero. La moda y su destino en las sociedades modernas, Barcelona, Anagrama, 1990, 5ª ed., 1996, pág. 274].
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