“También los dioses, a los que nos dirigimos en
busca de protección, deben sujetarse a un orden o, como los grandes reyes,
crearlo ellos mismos y convertirlo en el contenido específico de su voluntad
divina. En el primer caso aparece detrás de ellos un poder impersonal superior
que los vincula interiormente y mide el valor de sus actos, poder que puede ser
de géneros muy distintos. Poderes universales impersonales de tipo supradivino
se presentan en primer término como potencias del destino. Así la fatalidad de
los helenos (Moira) que era una especie de predestinación irracional, particularmente
indiferente desde el punto de vista ético, de los grandes rasgos esenciales de
todo destino individual; es elástica dentro de ciertos límites, pero su infracción demasiado flagrante por medio de intervenciones contrarias al destino es peligrosa incluso para los grandes dioses. (...) Esta es la actitud interna normal del heroísmo guerrero, al que es ajena la fe racionalista en una "Providencia" sabia y buena éticamente interesada y por lo demás imparcial. Se nos manifiesta de nuevo aquel profundo abismo, del que ya hablamos de pasada, entre el heroísmo y toda clase de racionalismo religioso o puramente ético, con el que tropezaremos siempre. (...) Al lado de los dos modos primitivos de influir en los poderes suprasensibles, ya sea sometiéndolos mágicamente al servicio de los fines humanos, ya sea ganándolos no por la práctica de alguna virtud religiosa sino por halago al dar satisfacción a sus deseos egoístas, tenemos ahora la práctica de los mandamientos religiosos como medio específico de asegurarse la buena voluntad del dios.”
[Max Weber, Economía y
sociedad, México, Fondo de Cultura Económica, 1944, 2ª reimp. 2002, págs. 349-350. Cursivas mías].
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