La perspectiva épica que consiste, según hemos visto, en mirar los sucesos del mundo desde ciertos mitos cardinales, como desde cimas supremas, no muere con Grecia. Llega hasta nosotros. No morirá
nunca. Cuando las gentes dejan de creer en la realidad cosmogónica e histórica de sus narraciones ha
pasado, es cierto, el buen tiempo de la raza helénica. Mas descargados los motivos épicos, las
simientes míticas de todo valor dogmático no solo perduran como espléndidos fantasmas
insustituibles, sino que ganan en agilidad y poder plástico. Hacinados en la memoria literaria,
escondidos en el subsuelo de la reminiscencia popular, constituyen una levadura poética de
incalculable energía. Acercad la historia verídica de un rey, de Antíoco, por ejemplo, o de Alejandro a
estas materias incandescentes. La historia verídica comenzará a arder por los cuatro costados: lo
normal y consuetudinario que en ella había perecerá indefectiblemente consumido. Después del
incendio os quedará ante los ojos atónitos, refulgiendo como un diamante, la historia maravillosa de
un mágico Apolonio, de un milagroso Alejandro. Esta historia maravillosa, claro es que no es
historia: se la ha llamado novela. De este modo ha podido hablarse de la novela griega.
Ahora resulta patente el equívoco que en esta palabra existe. La novela griega no es más que historia
corrompida, divinamente corrompida por el mito, o bien, como el viaje al país de los Arímaspes,
geografía fantástica, recuerdos de viajes que el mito ha descoyuntado y luego, a su sabor,
recompuesto.
Al mismo género pertenece toda la literatura de imaginación, todo eso que se llama cuento, balada,
leyenda y libros de caballerías. Siempre se trata de un cierto material histórico que el mito ha
dislocado y reabsorbido.
No se olvide que el mito es el representante de un mundo distinto del nuestro. Si el nuestro es el real,
el mundo mítico nos parecerá irreal. De todos modos, lo que en uno es posible es imposible en el
otro; la mecánica de nuestro sistema planetario no rige en el sistema mítico. La reabsorción de un
acontecimiento sublunar por un mito consiste, pues, en hacer de él una imposibilidad física e
histórica. Consérvase la materia terrenal, pero es sometida a un régimen tan diverso del vigente en
nuestro cosmos que para nosotros equivale a la falta de todo régimen.
Esta literatura de imaginación prolongará sobre la humanidad hasta el fin de los tiempos el influjo
bienhechor de la épica, que fue su madre. Ella duplicará el universo, ella nos traerá a menudo nuevas
de un orbe deleitable, donde, si no continúan habitando los dioses de Homero, gobiernan sus legítimos sucesores. Los dioses significan una dinastía, bajo la cual lo imposible es posible. Donde
ellos reinan, lo normal no existe; emana de su trono omnímodo desorden. La constitución que han
jurado tiene un solo artículo: Se permite la aventura.
[Véase, José Ortega y Gasset, "El mito, fermento de la Historia", en Meditaciones sobre la literatura y el arte. (La manera española de ver las cosas), Inman Fox (ed.), Madrid, Castalia, 1988, págs. 207-208].
[Véase, José Ortega y Gasset, "El mito, fermento de la Historia", en Meditaciones sobre la literatura y el arte. (La manera española de ver las cosas), Inman Fox (ed.), Madrid, Castalia, 1988, págs. 207-208].
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