miércoles, 5 de agosto de 2009

ENTRE DIOSES Y HOMBRES: AQUILES

La trama de la Ilíada se puede sintetizar en estos versos de Homero:
"Así habló (Aquiles), y la aflicción invadió al Pélida, y su corazón
dentro del velludo pecho vacilaba entre dos decisiones:
o desenvainar la aguda espada que pendía a lo largo del muslo
y hacer levantarse a los demás y despojar él al Atrida (Agamenón),
o apaciguar su cólera y contener su furor.
Mientras resolvía estas dudas en la mente y en el ánimo
y sacaba de la vaina la gran espada, llegó Atenea del cielo;
por delante la había enviado Hera, la diosa de los blancos brazos,
que en su ánimo amaba y se cuidaba de ambos por igual.
Se detuvo detrás y cogió de la rubia cabellera al Pélida,
a él solo apareciéndose. De los demás nadie la veía.
Quedó estupefacto Aquiles, giró y al punto reconoció
a Palas Atenea; terribles sus dos ojos refulgían.
Y dirigiéndose a ella, pronunció estas aladas palabras:
<<¿A qué vienes ahora, vástago de Zeus, portador de la égida?
¿Acaso a ver el ultraje del Atrida Agamenón?
Más te voy a decir algo, y eso espero que se cumplirá:
por sus agravios pronto va a perder la vida.>>
Díjole, a su vez, Atenea, la ojizarca diosa:
(...) Ea, cesa la disputa y no desenvaines la espada con tu brazo.
Mas sí injurialo de palabra e indícale lo que sucederá.
Pues lo siguiente te voy a decir, y eso quedará cumplido:
un día te ofrecerá el triple de tantos espléndidos regalos
a causa de ese ultraje: tú domínate y haznos caso.>>
En respuesta le dijo Aquiles, el de los pies ligeros:
<<(...) aunque estoy muy irritado en mi ánimo, pues así es mejor.
Al que les obedece, los dioses le oyen de buen grado.>>
Homero, Ilíada, Madrid, Gredos, 2006, págs. 7-8.

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