"¡Mujer! No me amonestes el ánimo con duras injurias.
Es verdad que ahora ha vencido Menelao gracias a Atenea,
pero yo lo venceré otra vez: también con nosotros hay dioses.
Mas, ea, acostémonos y deleitémonos en el amor.
Nunca el deseo me ha cubierto así las mientes como ahora,
ni siquiera cuando tras raptarte de la amena Lacedemonia
me hice a la mar en las naves, surcadoras del ponto,
y en la ísla de Cránae compartí contigo lecho y amor.
¡Tan enamorado estoy ahora y tanto me embarga el dulce deseo!".
Homero, Ilíada, Madrid, Gredos, 2006, pág. 63.
Paris percibe la belleza de Helena y se deja regir por el éros, que cubre y aturde los sentidos del que ama. Lo importante es la tensión, el deseo, pero no el cumplimiento sexual. Hay un reparto de papeles no intercambiables; Paris es atrapado por éros por lo mismo que percibe la belleza. Helena en cambio, es la figura bella, no la que ama, sino la que hace posible el amor.
Amor, seducción, engaño y deseo pertenecen a la esfera de los dioses, son en cierto modo divinos, de ahí su peligrosidad, de ahí la posibilidad de que ellos nos arrastren fuera del recto camino. En este sentido son elementos sobre los que el hombre no tiene poder de resistencia, a los que está expuesto y no controla. Éros lanza a lo extraño, a la ausencia de morada, por lo mismo que nombra la ruptura inherente al reconocimiento de la belleza. Por eso la confusión, el estar fuera de sí, la obcecación y el desvío de la presencia cotidiana de las cosas.
Las esculturas que representan el Amor en Rodin son las que más me gustan, otro día hablaré de ellas, tampoco está nada mal en Nocturno Op. 9 No. 2 de Chopin.
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