A continuación reproducimos unos de los más bellos pasajes de la literatura clásica: el diálogo entre Creonte y Antígona del dramaturgo griego Sófocles, autor de Ayax, Las Traquinias, Antígona y Edipo Rey, entre las más conocidas. Sófocles es el primer dramaturgo que ofrece una serie de innovaciones que van a agilizar el desarrollo de la acción dramática, cómo la introducción de un tercer actor, que ya Esquilo utilizó al final de su vida; con lo que la escena gana en intensidad al ser los actores y no el coro los que lleven el peso de la obra, y consecuentemente, los actores ganan texto que recitar. También la supresión de la composición en trilogías (cada autor debía presentar en los concursos tres tragedias más un drama satítrico), con lo que sus obras son menos narrativas pero portadoras de una mayor acción. En consonancia con lo anterior los diálogos se hacen más frecuentes y más vivos. Resumiento, con Sófocles la acción dramática gana una importancia decisiva, convirtiéndose la escena en el centro mismo de la obra, los hechos fundamentales tiene lugar delante del público, convirtiéndose en el creador del teatro moderno.
La historia que antecede al texto es la siguiente: «Dos hermanos de Antígona: Eteocles y Polinices luchan por el control de Tebas. En en transcurso de la guerra, mueren los dos debido a lo cual asume la corona de la ciudad el tío de ambos, Creonte. Éste decreta que el hermano que defendía la ciudad — Eteocles — sea enterrado con todos los honores, mientras que el atacante — Polinices — sea dejado donde está para ser pasto de las alimañas.
Según la mentalidad griega, un cuerpo insepulto condenaba a su alma a vagar eternamente por la tierra. Antígona decide desobedecer las órdenes de su tío y cubre el cuerpo de su hermano con una capa de tierra fina, pero suficiente para ser un funeral válido ante los dioses, desencadenando la ira de Creonte. Antígona es presa y juzgada por Creonte en el diálogo que viene a continuación.
CREONTE. (Dirigiéndose a Antígona). Eh, tú, la que inclina la cabeza hacia el suelo, ¿confirmas o niegas el haberlo hecho?
ANTÍGONA. Digo que lo he hecho y no lo niego.
CREONTE, (Al guardián). Tú puedes marcharte adonde quieras, libre, fuera de la gravosa culpa. (A Antígona de nuevo). Y tú, dime sin extenderte, sino brevemente, ¿sabías que había sido decretado por un edicto que no se podía hacer esto?
ANTÍGONA. Lo sabía, ¿Cómo no iba a saberlo? Era manifiesto.
CREONTE. ¿Y a pesar de ello, te atreviste a trasgredir estos decretos?
ANTÍGONA. No fue Zeus el que los ha mandado publicar, ni la Justicia que vive con los dioses de abajo la que fijó tales leyes para los hombres. No pensaba que tus proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal pudiera trasgredir las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses. Éstas no son de ayer ni de hoy, sino de siempre, y nadie sabe de dónde surgieron. No iba yo a obtener castigo por ellas de parte de los dioses por miedo a la intención de hombre alguno.
Sabía que iba a morir, ¿cómo no?, aun cuando tú no lo hubieras hecho pregonar. Y si muero antes de tiempo, yo lo llamo ganancia. Porque quien, como yo, viva entre desgracias sin cuento, ¿cómo no va a obtener provecho al morir? Así, a mí no me supone pesar alcanzar este destino. Por el contrario, si hubieran consentido que el cadáver del que ha nacido de mi madre estuviera insepulto, entonces sí sentiría pesar. Ahora, en cambio, no me aflijo. Y si te parezco estar haciendo locuras, puede ser que ante un loco me vea culpable de una locura.
CORIFEO. Se muestra la voluntad fiera de la muchacha que tiene su origen en su fiero padre. No sabe ceder ante las desgracias.
CREONTE. Sí, pero sábete que las voluntades en exceso obstinadas son las que primero caen, y que es el más fuerte hierro, templado al fuego y muy duro, el que más veces podrás ver que se rompe y se hace añicos. Sé que los caballos indómitos se vuelven dóciles con un pequeño freno. No es lícito tener orgullosos pensamientos a quien es esclavo de los que le rodean. Ésta conocía perfectamente que entonces estaba obrando con insolencia, al trasgredir las leyes establecidas, y aquí, después de haberlo hecho, da muestras de una segunda insolencia: ufanarse de ello y burlarse, una vez que ya lo ha llevado a efecto.
Pero verdaderamente en esta situación no sería yo el hombre -ella lo sería-, si este triunfo hubiera de quedar impune. Así, sea hija de mi hermana, sea más de mi propia sangre que todos los que están conmigo bajo la protección de Zeus del Hogar, ella y su hermana no se librarán del destino supremo. Inculpo a aquella de haber tenido parte igual en este enterramiento. Llamadla. Acabo de verla adentro fuera de sí y no dueña de su mente. Suele ser sorprendido antes el espíritu traidor de los que han maquinado en la oscuridad algo que no está bien. Sin embargo, yo, al menos, detesto que, cuando uno es cogido en fechorías, quiera después hermosearlas.
ANTÍGONA. ¿Pretendes algo más que darme muerte, una vez que me has apresado?
CREONTE. Yo nada. Con esto lo tengo todo.
ANTÍGONA. ¿Qué te hace vacilar en ese caso? Porque a mí de tus palabras nada es grato -¡que nunca me lo sea!-, del mismo modo que a ti te desagradan las mías. Sin embargo, ¿dónde hubiera podido yo obtener más gloriosa fama que depositando a mi propio hermano en una sepultura? Se podría decir que esto complace a todos los presentes, si el temor no les tuviera paralizado la lengua. En efecto, a la tiranía le va bien en otras muchas cosas, y sobre todo le es posible obrar y decir lo que quiere.
CREONTE. Tú eres la única de los Cadmeos que piensa tal cosa.
ANTÍGONA. Éstos también lo ven, pero cierran la boca ante tí.
CREONTE. ¿Y tú no te avergüenzas de pensar de distinta manera que ellos?
ANTÍGONA. No considero nada vergonzoso honrar a los hermanos.
CREONTE. ¿No era también hermano el que murió del otro lado?
ANTÍGONA. Hermano de la misma madre y del mismo padre.
CREONTE. ¿Y cómo es que honras a éste con impío agradecimiento para aquél?
ANTÍGONA. No confirmará eso el que ha muerto.
CREONTE. Sí, si le das honra por igual que al impío.
ANTÍGONA. No era un siervo, sino su hermano, el que murió.
CREONTE. Por querer asolar esta tierra. El otro, enfrente, la defendía.
ANTÍGONA. Hades, sin embargo, desea leyes iguales.
CREONTE. Pero no que el bueno obtenga lo mismo que el malvado.
ANTÍGONA. ¿Quién sabe si allá abajo estas cosas son las piadosas?
CREONTE. El enemigo nunca es amigo, ni cuando muera.
ANTÍGONA. Mi persona no está hecha para compartir el odio, sino el amor.
CREONTE. Vete, pues, allá abajo para amarlos, si tienes que amar, que, mientras yo viva, no mandará una mujer.
Sófocles, Tragedias. Ayax, Las Traquinias, Antígona, Edipo Rey, Electra, Filoctetes, Edipo en Colono, Madrid, Gredos, 2008, págs. 153-156.
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