"La noción de un
"dios-hombre" o de un ser humano dotado de divinos poderes
sobrenaturales pertenece esencialmente al período más primitivo de la historia
religiosa, en la que dioses y hombres eran considerados todavía como seres de
casi la misma clase y antes de quedar separados por un abismo infranqueable,
que el pensamiento ulterior abre entre ellos. Aunque pudiera parecemos extraña
la idea de un dios encarnado en forma humana, no es como para sorprender y
sobrecoger al hombre primitivo, que ve en un "dios-hombre" o en un
"hombre-dios" tan sólo un grado más alto de los mismos poderes
sobrenaturales que él mismo se arroga de perfecta buena fe. No establece
diferencia demasiado grande entre un dios y un hechicero poderoso. Sus dioses
son con frecuencia magos invisibles tan sólo, que ocultos tras el velo de la
naturaleza hacen la misma clase de sortilegios y encantamientos que el mago
humano en forma visible y corporal para sus compañeros. Y como se cree
generalmente que los dioses se presentan a sus adoradores en figura humana, es
fácil para el mago, con sus milagrosos dones supuestos, adquirir la reputación
de ser una encarnación divina. De este modo, y comenzando poco más que como
simple conjurador, el curandero o mago asciende y brota del capullo a la
espléndida floración de dios y rey a un tiempo. Pero al hablar de él como de un
dios debemos precavernos de introducir en el concepto salvaje de deidad las
ideas, tan abstractas y complejas, que nosotros asociamos con ese término. En
estas profundas cuestiones nuestras ideas son el fruto de una larga evolución
intelectual y moral y están muy lejos de ser compartidas por el salvaje, que no
puede ni entenderlas cuando se le explican. Muchas de las enconadas
controversias respecto a la religión de los pueblos inferiores se han generado
en una equivocación mutua: el salvaje no entiende los conceptos del hombre
civilizado y pocos hombres civilizados entienden los pensamientos del salvaje.
Cuando el hombre salvaje pronuncia su palabra "dios", él piensa en un
ser de cierta clase; cuando el hombre civilizado usa la palabra
"dios", tiene en su mente una representación de muy diferente clase y
si, como suele acontecer, los dos hombres son igualmente inhábiles para
colocarse en el punto de vista del otro, no puede resultar de sus discusiones
más que equivocaciones y confusión. Si nosotros, como hombres civilizados,
insistimos en limitar el nombre de Dios al particular concepto de la naturaleza
divina que nos hemos forjado, entonces debemos confesar rotundamente que el
salvaje no tiene dios. Pero nos ajustaremos más exactamente a los hechos de la
historia si admitimos que la mayor parte de los menos salvajes poseen una
rudimentaria noción de ciertos seres sobrenaturales que muy bien pueden
llamarse dioses, aunque no sea en el sentido íntegro en que usamos la palabra.
Esta rudimentaria noción representa con toda probabilidad el germen que
gradualmente ha ido evolucionando hasta los altos conceptos de divinidad de los
pueblos civilizados; si pudiéramos seguir el curso total! del desenvolvimiento
religioso, encontraríamos que la línea que une nuestra idea de la divinidad con
la del salvaje es una y la misma".
[Véase, James George Frazer, La rama dorada, Magia y religión, México, Fondo de Cultura Económica, 1890, 8ª reimp. 1981, págs. 123-124].
Ver vídeo Millennium. De animales a dioses: http://rtve.es/v/2924074
No hay comentarios:
Publicar un comentario