Ayn Rand explica en una de sus primeras novelas, Los que vivimos (1936), su visión de lo que era la Rusia Soviética, un país donde la gente tenía miedo de pensar y hablar libremente por si sus vecinos les denunciaban y acababan en el Gulag. En esta vida de infierno, la protagonista Kira prefiere morir a vivir en la tiranía, y así lo explica:
"Habéis venido como un solemne ejército a traer a los hombres una vida nueva. Les habéis arrancado de las entrañas aquella otra vida de la que no sabías nada, aquella vida palpitante que no os interesaba, y les habéis dicho qué debían pensar y qué sentir. Les habéis arrebatado todas las horas, todos los minutos, todos los nervios, todos los pensamientos, todos los sentimientos hasta lo más profundo de su alma, y luego les habéis dictado lo que debían pensar y sentir. Habéis venido a negar la vida a los vivientes. Nos habéis encerrado a todos en una jaula de hierro y luego habéis sellado las puertas; nos habéis dejado sin aire, hasta que las arterias de nuestro espíritu han estallado".
Rand critica la moral colectivista que proclama que el individuo no es nada sin la sociedad, siendo los fines de la misma los que deben imponerse a los del individuo. Años más tarde lo pensó: "La Rusia Soviética es la plasmación absoluta y consistente de la ética altruísta, y Stalin no corrompió un ideal noble. Si el servicio y el auto-sacrificio son ideales morales y si el egoísmo de la naturaleza humana previene al hombre de saltar a los hornos del sacrificio, no hay razón por la que un dictador no pueda imponerlos con la bayoneta por su propio bien o por el bien de la humanidad, de la posteridad o por el bien del último plan quinquenal de un burócrata. No hay razón para que se pueda oponer a cualquier atrocidad. ¿El valor de la vida humana? ¿Su derecho a existir? ¿Su derecho a buscar la propia felicidad? Estos son conceptos que pertenecen al individualismo y al capitalismo, a la antítesis de la moralidad altruísta".
Rand defiende la moral capitalista ya que es el sistema que defiende los derechos individuales, incluso el derecho a la propiedad que es poseída individualmente, y lo mejor para ella es que el capitalismo permite a los hombres convertirse en comerciantes que se relacionan voluntariamente. La propiedad permite al hombre sobrevivir como ser racional, permite al ser humano trabajar para sostenerse, ofreciendo talento a cambio de talento, sin utilizar la violencia, sino cambiando valor por valor. Al mismo tiempo permite que cada logro individual lo sea también de toda la sociedad, desde la invención de la rueda hasta la del ordenador, y puedan ser disfrutados incluso por los que no han hecho nada para crear progreso. Rand lo denominó "la pirámide de la habilidad" y dijo: "(...) el hombre colocado en el punto ínfimo de la escala, que abandonado a sí mismo perecería en su ineptitud sin esperanza, no contribuye en nada para los que están arriba de él y recibe, sin embargo, el beneficio de los cerebros de todos". Es, como se ha señalado, permitir que cada hombre utilice su cerebro para aplicarse y seguir su propia acción, el hecho metafísico básico de la naturaleza humana, lo que el capitalismo protege y reconoce.
[Véase, Ayn Rand, Los que vivimos, Barcelona, Plaza & Janés, 1962, pág. 458].
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