lunes, 10 de agosto de 2015

MITO Y REALIDAD





Los mitos, irracionales o no, han llegado a nosotros no exentos de polémica. Su importancia radica en las formas con que el hombre ha intentado siempre dar respuesta a sus preguntas más difíciles, cómo, cuándo y por qué, vivimos en este planeta, una pequeña bola azul en el universo y cuál es nuestro destino como animales humanos capaces de expresar nuestros deseos, realidades, esperanzas, bondades y maldades. La irracionalidad del mito corresponde a su mágica función de tranquilizar al hombre y elevarlo por encima de sus circunstancias. Para ello emplea la técnica, primero de la oralidad, con su exposición en la plaza pública que compromete lo comunitario y lo reafirma; después con su escritura, para expresar con libertad a todo sabio lector aquello que la razón no comprende y poder volver sobre los pasos de sus expresiones una y otra vez. Se convierte así en el sacerdocio del hombre con lo desconocido, con aquello que anhela pero que sabe que nunca alcanzará. Es pues el mito la verdadera forma de expresión de lo imaginario en el mundo de la razón, y su expresión más cercana no sólo crea la fantasía, sino que reinventa la realidad con un fin mayor, la humanización de lo trascendente. 
Hoy, más que nunca, son necesarios los mitos, pues sin ellos la técnica tiende a deshumanizar lo cotidiano en la repetición de lo siempre igual que ha partido de la sorpresa de su innovación. Sin mitos el hombre no sólo deshumaniza su paso en la Tierra, sino que lo transforma en un animal que no comprende sus sueños ni realiza su ilusión. 

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