Para Spengler es difícil vislumbrar una gran religión preantigua debido a los cantares homéricos, que para él impiden más que favorecen el conocimiento. Spengler tiene claro que el nuevo ideal, reservado a esta única cultura lo formaba el cuerpo de forma humana a la luz del sol, el héroe como intermediario entre el hombre y Dios, ésto lo testimonia la Ilíada, y señala: "Ya transfigurado en lo apolíneo, ya esparcido con sentido dionisiaco por todos los aires, era ésa, en todo caso, la forma fundamental de la realidad. El cuerpo, el soma como ideal de extensión, el cosmos como suma de esos cuerpos particulares, el ser, el uno como lo extenso en sí, el logos como orden luminoso- todo esto apareció, sin duda, en grandes rasgos ante la vista de los espíritus sacerdotales y apareció con la intensidad de una nueva religión".
Opina que toda la poesía homérica es pura poesía de clase, de dos mundos que conforman el mundo de la nobleza y el mundo del sacerdocio, el mundo del tabú y el mundo del tótem, el mundo del héroe y el mundo del santo, pero Homero sólo conoce uno, despreciando el otro, y dice: "Si las epopeyas homéricas no han desaparecido, como las leyendas heroicas recogidas por Carlomagno, se debe, simplemente a que no existía en la Antigüedad una clase sacerdotal estructurada, y la espiritualidad de las ciudades fue dominada por una literatura caballeresca y no religiosa. Las doctrinas primitivas de esta religión antigua- que por contradicción de Homero se adhieren al nombre de Orfeo, quizá más viejo-, no han sido nunca fijadas por la escritura".
Lo que queda claro es que no han llegado hasta nosotros grandes personalidades que redujeran la nueva visión cósmica a una forma mítico-metafísica, y se pregunta si la guerra de Troya fue una expedición militar o una cruzada. Su segunda preocupación es que la gran religión de la época primaria pertenece a una clase superior, y el pueblo ni la alcanza ni la entiende, y sigue: "Pero Esquilo y Píndaro se hallaban en el flujo de una gran tradición sacerdotal. Antes de ellos, los Pitagorinos pusieron en el centro de su doctrina el culto a Demeter, delatando así cuál era el núcleo de aquella mitología. Y antes aún, los misterios de Eleusis y la reforma órfica del siglo VII, y, finalmente, los fragmentos de Ferécides y Epimenides, que son los últimos -no los primeros- dogmáticos de una viejísima teología". Y su tercera afirmación es la no existencia de una contraposición entre la religión romana y la griega, sólo entonces, si prescindimos de los cantos heróicos, podemos vislumbrar algo de esa religión antigua. No se puede para Spengler afirmar que la religión romana a diferencia de la de las ciudades-Estados de Grecia, no conoció el mito, y en consecuencia nada sabríamos de las grandes leyendas divinas en la primera época si hubiéramos de atenernos a los calendarios de festividades y a los cultos públicos de las ciudades griegas; con o que afirma que si la ciencia actual nos da dos imágenes diferentes de la religión griega y de la romana, es debido al método empleado para sus estudios, y no a hechos.
[Oswald Spengler, La decadencia de Occidente, Madrid, Espasa-Calpe, 1993, 2 Vols. Vol. II, págs. 325-344].
No hay comentarios:
Publicar un comentario