Las Manzanas de las Hespérides es el onceavo trabajo de Heracles, Hércules para los romanos.
Heracles había realizado los diez trabajos anteriores en un periodo de ocho años y un mes, pero Euristeo, descontando el segundo (La Hidra de Lerna) y el quinto (Los establos de Augías), le impuso dos más. El onceavo trabajo consistía en ir a recoger los frutos del manzano de oro, el regalo de bodas que la Madre Tierra le hiciera a Hera, con el cual había estado tan encantada que lo había plantado en su propio jardín divino. Este jardín se encontraba en las laderas del monte Atlas, donde las jadeantes caballerías del Sol completan su viaje y donde los rebaños de ovejas y vacas de Atlante, mil de cada especie, vagan por los pastos de su innegable propiedad. Cuando Hera descubrió un día que las hijas de Atlante, las Hespérides, a quienes había confiado el árbol, estaban hurtando las manzanas, mandó al dragón Ladón, el eterno vigilante, que se enroscara al árbol para guardarlo.
Heracles que desconocía la ubicación del jardín donde estaba plantado el árbol consultó al dios oracular Nereo, que habitaba en el río Po, hogar del dios marino. Otros afirman que consultó a Prometeo. Nereo aconsejó a Heracles que no arrancase las manzanas personalmente, sino que emplease a Atlas, aliviándolo entretanto de su trabajo de cargar el mundo sobre sus hombros. Cuándo llegó al jardín de las Hespérides le pidió a Atlante (Atlas) que le hiciera un favor, Atlante hubiera emprendido cualquier cosa con tal de obtener un respiro de una hora, pero temía a Ladón, por lo que Heracles lo mató con una flecha que disparó por encima de los muros del jardín. Entonces Heracles inclinó la espalda para recibir el peso del globo celestial, y Atlante se alejó, regresando al poco con tres manzanas que sus hijas habían cogido. Este sentimiento de libertad le pareció delicioso. "Yo mismo llevaré estas manzanas a Euristeo, sin falta -dijo-, si tú sostienes los cielos unos meses más". Heracles fingió estar de acuerdo, pero como Nereo le había advertido que no aceptara tal oferta, le rogó a Atlante que sostuviera el globo un momento más, mientras se ponía una almohadilla en la cabeza. Atlante fácilmente engañado, dejó las manzanas en el suelo y volvió a soportar su carga; después de lo cuál, Heracles las recogió y se marchó de allí con un irónico adiós.
Para Robert Graves las manzanas doradas de las que habla este mito no eran otras que naranjas, frutas desconocidas en Grecia, y el jardín de las Hespérides estaba situado en Mallorca.
[Robert Graves, Los Mitos Griegos, Barcelona, Ariel, 1991, 5ª ed., págs. 197-201].
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