Entre tanto una voz pude escuchar:
"Honremos al altísimo poeta;
vuelve su sombra, que marchado había".
Cuando estuvo la voz quieta y callada,
vi cuatro grandes sombras que venían:
ni triste, ni feliz era su rostro.
El buen maestro comenzó a decirme:
"Fíjate en ése con la espada en mano,
que como jefe va delante de ellos:
Es Homero, el mayor de los poetas;
el satírico Horacio luego viene;
tercero, Ovidio; y último, Lucano.
Y aunque a todos igual que a mí les cuadra
el nombre que sonó en aquella voz,
me hacen honor, y con esto hacen bien".
Así reunida vi a la escuela bella
de aquel señor del altísimo canto,
que sobre el resto cual águila vuela.
(...) Lo cruzamos igual que tierra firme;
crucé por siete puertas con los sabios:
hasta llegar a un prado fresco y verde.
(...) Todos le miran, todos le dan honra;
y a Sócrates, que al lado de Platón,
están más cerca de él que los restantes;
Demócrito, que el mundo pone en duda,
Anaxágoras, Tales y Diógenes,
Empédocles, Heráclito y Zenón;
y al que las plantas observó con tino,
Dioscórides, digo; y vi a Orfeo,
Tulio, Livio y el moralista Séneca;
al geómetra Euclides, Tolomeo,
Hipócrates, Galeno y Avicena,
y a Averroes que hizo el Comentario.
No puedo detallar a todos ellos,
porque así me encadena el largo tema,
que dicho y hecho no se corresponden.
El grupo de los seis se partió en dos:
por otra senda me llevó mi guía,
de la quietud al aire tenebroso
y llegué a un sitio en donde nada luce.
[Dante Alighieri, Divina comedia, Madrid, Cátedra, 2000, 6ª ed., págs. 99-102].
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