Para Claudio Sánchez-Albornoz hay tres momentos claves en la historia de España, él lo llama "los tres desembarcos". El primero, la noche del 27 de abril del 711, cuando un berberisco recién convertido al islamismo, cruzó el Estrecho con algunos millares de africanos, puso pie en Chebel Tariq (la Montaña de Tarq) Gibraltar, para realizar la tercera de las intervenciones extranjeras solicitadas por las facciones visigodas sacudidas por bárbaras pugnas, cambiando "para siempre" las rutas de España. El segundo, la mañana del 12 de octubre de 1492 cuando un marino extranjero al servicio de Castilla, con tres carabelas desembarca en la isla de San Salvador. Las formas de vida después de ocho siglos de batallar de la cristiandad y la muslimería, quimera y aventura, consiguieron el transplante de la civilización occidental a los primitivos pueblos de América. El tercero, el 19 de septiembre de 1517 en la que los vecinos de Tazones (Villaviciosa) en Asturias se prepararon a resistir el temido ataque de una supuesta flota enemiga que enarbolaba la bandera y armas castellanas, desembarcando un príncipe boquiabierto, distraído e imberbe de diecisiete años y de nombre Carlos, una nueva estirpe regia empezó desde entonces a gobernar España, con sangre castellana, borgoñona y de los habsburgo.
Yo añado "los tres embarcos", que son la otra cara de la moneda en esta impetuosa y mal entendida historia de España. La primera, el 2 de enero de 1492 cuando es conquistada por tropas cristianas, después de ocho siglos, la ciudad de Granada, siendo las capitulaciones firmadas "papel mojado". La segunda, tras los desastres navales de Cavite y Santiago, el armisticio de agosto de 1898 y el tratado de París de diciembre de ese mismo año, España entrega el testigo "imperial" a los Estados Unidos de Norteamérica. Y el tercero, debido a la incapacidad de Carlos II para dar un heredero a la corona española dio lugar a numerosas expectativas de las dinastías europeas por las que corría sangre real española, esperanzas que no finalizaron con la designación en 1700 del candidato francés, el Duque de Anjou, como futuro rey de España, que reinaría con el nombre de Felipe V, y que tras su victoria en la guerra de carácter general europea, permitió la entronización de la dinastía borbónica en la Monarquía española, con el consiguiente cambio de orientación en la modernización del país, al tiempo que transformó profundamente el mapa europeo y las relaciones de fuerza entre sus potencias.
[Claudio Sánchez-Albornoz, ESPAÑA, un enigma histórico, Barcelona, Edhasa, 2000, 2 vols. II, págs. 1207-1214].
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