Ficino piensa por tríadas el que efectúa el vínculo entre los dos extremos. El primero y más célebre ejemplo de tríada tiene el alma como término medio. Ésta, como un Janus bifrons, mira simultáneamente hacia el mundo sensible y hacia el mundo noético: puesto que cumple la mediación entre las cosas superiores y las inferiores, lo inmóvil y móvil, desea al mismo tiempo lo alto y lo bajo, sin decantarse por ninguno de los dos lados.
Otra tríada, que se sobrepone a la primera lo traduce en términos bíblicos: el Dios creador y la escala de las criaturas (Dios-hombre-animal, donde animal significa todo organismo vivo, los seres animados no dotados de razón). El hombre se define en tanto que alma, de modo que es un nodus et copula mundi, imagen microscópica, vicario de Dios en la tierra. El hombre es un gran milagro, dice Hermes Trimegistro en el Asclepius latino, puesto que representa la quintaesencia de todos los seres: lleva la vida de las plantas, de los animales, de los héroes, de los demonios, de los ángeles y de Dios. Omnis hominus animae haec in se cuncta quodammodo experitur, licet aliter aliae. Por el mismo motivo, Zoroastro habría llamado al hombre, artificio de naturaleza demasiado audaz, en el que Dios contempla satisfecho la obra maestra del arte del mundo que ha construido.
En su Oratio de hominis dignitate o Carmen de pace de 1486, Pico de la Mirandola utiliza fórmulas parecidas a las de Ficino: Tú no estás limitado por ninguna barrera, dice Dios al hombre primordial. Es por tu propia voluntad, en poder de la cual yo te he dejado, a través de la cual determinarás tu naturaleza. Yo te he instalado en medio del mundo para que desde allí examines con mayor comodidad a tu alrededor todo lo que existe en este mundo. No te hemos hecho ni celeste ni terrestre, ni mortal ni inmortal, para que, dueño de ti mismo y teniendo, por así decirlo, el honor y la carga de modelar tu ser, te compongas en la forma que prefieras. Podrás degenerar en formas inferiores, animales; podrás, por tu propia decisión, regenerarte en formas superiores, divinas. Es por esta capacidad de transformarse, de llevar todo tipo de vida posible, por lo que podemos llamarte camaleón y Proteo: Quis hunc nostrum chamaeleonta non admiretur? Quem non immerito Asclepus (...) per Proteum in mysteriis significari dixit.
[Véase, Ioan P. Culianu, Eros y magia en el Renacimiento, Madrid, Siruela, 1999, págs. 319-320].
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