sábado, 11 de enero de 2014

LA DESTRUCCIÓN DEL HÉROE PARA AYN RAND


"Si aprende a gobernar el alma de un solo hombre, puede conseguir gobernar al resto de la humanidad. Se trata del alma, Peter, del alma. Ni látigos, ni espadas, ni hogueras, ni fusiles. He ahí la razón por la cual los Césares, los Atilas y los Napoleones resultaron tontos y no hicieron nada duradero. Nosotros lo haremos. El alma, Peter, es la que no puede ser gobernada. Tiene que ser rota. Métale una cuña, ponga sus dedos en ella, y el hombre es suyo. No necesita látigo, él se lo traerá y le pedirá que lo azote. Póngalo al revés, y su propio mecanismo obrará en favor suyo. Empléelo contra sí mismo. ¿Quiére saber cómo se hace? (...) haga que un hombre se sienta pequeño. Haga que se sienta culpable. Mátele su aspiración y su integridad. (...) Mate la integridad por la corrupción interna. Predique el altruismo. Dígale al hombre que debe vivir para otros. Dígale que el altruismo es el ideal. Ninguno lo ha realizado ni lo realizará. Su instinto viviente grita contra eso. (...) Hay que librar una batalla difícil para poder preservar la propia integridad. (...) Entonces estará contento de obedecer, porque no puede confiar en sí mismo, se siente inseguro, se siente impuro. Ése es un camino.
Hay otro: destruya en el hombre el sentido del valor. Destruya la capacidad para reconocer la grandeza o para realizarla. Los grandes hombres no pueden ser gobernados. No queremos ningún gran hombre. Neguemos la concepción de la grandeza. Ensalce tipos de obras accesibles a todos, a los más ineptos, y detenga el ímpetu y el esfuerzo en todos los hombres, grandes y pequeños.(...) No se ponga a destruir todos los santuarios; eso asustaría a los hombres. Conserve a la mediocridad como santuario. Hay todavía otro procedimiento: destruir por medio de la risa. La risa, exponente de la alegría humana; aprenda a usarla como medio de destrucción. Es sencillo: diga a la gente que se ría de todo. Dígale que el sentido del humor es una virtud ilimitada. No deje que quede nada sagrado en el alma del hombre, y habrá destruido al héroe".

[Ayn Rand, El Manantial, Barcelona, Planeta, 1966, págs. 678-679].

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