"Yo creo que tal vez exista un dios, tal vez el
dios desconocido de los altares atenienses, que domina, dirige y une a todos
los otros dioses. Un dios, tal vez el espíritu sagrado de los persas, que no se
comporta como un ladrón y asesino de los montes ilirios. Un dios que es calor,
saber, amor y justicia. Pero... lo que importa es el ejército. Los hombres.
Ellos no son nada sin un estratega, y yo no soy nadie sin ellos. Ellos creen en
Zeus, el cabecilla de la banda, y en todos los otros. No digo que esté
convencido de que todo eso son tonterías. Tal vez haya algo de verdad. Tal vez
la reunión de todos esos ladrones y violadores de madres constituya ese único
dios que busco. Por eso no sólo quiero guardar las apariencias; tú y yo
respetaremos las costumbres y ofreceremos sacrificios para pedir consejo y guía
y consultar los oráculos. El ejército tiene que ver que creemos. O, como
mínimo, que actuamos como si creyéramos".
[Gisbert Haefs, Alejandro Magno I, El unificador de Grecia. La Hélade, Madrid, Edhasa, 2005, págs. 282-283].
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