jueves, 23 de junio de 2011

Proemio del poema de Parménides


Las yeguas que me arrastran me han llevado tan lejos cuanto mi ánimo podría desear, cuando, en su conducción, me llevaron al famoso camino de la diosa, que conduce al hombre vidente a través de todas las ciudades.
Por este camino era yo conducido. Pues por él me llevaban las hábiles yeguas, tirando del carro, mientras unas doncellas mostraban el camino.
Y el eje ardiendo de los cubos de las ruedas rechinaba (pues era velozmente llevado por dos ruedas bien torneadas, una a cada lado), cuando las hijas del Sol, abandonando la morada de la Noche, se apresuraron a llevarme a la luz, quitándose los velos de sus cabezas con sus manos.
Allí están las puertas de los caminos de la Noche y del Día, que sostienen arriba un dintel y abajo un umbral de piedra. Elevadas en el aire se cierran con grandes puertas. La Justicia pródiga en castigos guarda sus dobles cerrojos.
Rogándole las doncellas con suaves palabras, hábilmente las convencen de que les desate pronto de las puertas el fiador del cerrojo. Éstas al abrirse originaron una inmensa abertura, tras hacer girar alternativamente sobre sus goznes los ejes de bronce, provistos de remaches y clavos.
A su través, en derechura, las doncellas conducen el carro y las yeguas por un ancho camino. Y la diosa me recibió benévola, cogió mi mano derecha con la suya y me habló diciéndome:
«Oh joven, compañero de inmortales aurigas, que llegas a nuestra morada con las yeguas que te arrastran, salud, pues no es mal hado el que te impulsó a seguir este camino que está fuera del trillado sendero de los hombres, sino el derecho y la justicia. Es preciso que aprendas todo, tanto el imperturbable corazón de la Verdad bien redonda como las opiniones de los mortales, en las que no hay verdadera ciencia. Aprenderás, empero, también estas cosas, cómo las apariencias, pasando todas a través de todo, deben lograr la apariencia de ser.» 

[Parménides, Poema, Joaquín Llansó (ed). Madrid, Akal, 2007, págs. 9-31].

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