domingo, 17 de abril de 2011

Epístola



"Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo. Mas sabemos que el juicio de Dios contra quienes practican tales cosas es según verdad. ¿Y piensas ésto, oh hombre tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás al juicio de Dios? ¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el el día de la ira y la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primariamente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios".
[Santa Biblia, La Epístola del Apóstol San Pablo a los Romanos, II, 1-12].

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