sábado, 26 de marzo de 2011

Onetti, demasiado humano...


Dos definiciones del hombre tiene Onetti que me conmueven, llenan mi razón de la desesperanza ineludible de lo efímero, que no es más que la comprensión de nuestro paso y renuncia en ésta vida que nos atraviesa, una lanzada desesperantemente esperanzada, u optimistamente depresiva, una mirada fugaz pero refulgente, de fuego y agua, de tierra y aire, de lodo.
"Nació aquí, en la costa, y las superficies del río, de la arena, del campo lo estuvieron aislando y lo anularon durante cincuenta años, mientras que la frecuencia de la balsa le dio, le mantiene la ilusión de participar en los hechos lejanos que él considera decisivos. No es una persona; es, como todos los habitantes de esta franja del río, una determinada intensidad de existencia que ocupa, se envasa en la forma de su particular manía, su particular idiotez. Porque sólo nos diferenciamos por el tipo de autonegación que hemos elegido o nos fue impuesto".
"Trataba de sentir el parentesco humano que lo unía a M. Girord y sólo sentía que eran seres distintos, sin más semajanza que las funciones de la vida animal. Usaban palabras iguales; pero jamás podría hacerle entender nada de sus sueños, de sus oídos, de sus ganas brutales de llegar a ser él mismo por completo, de lograr a puñetazos la brecha por la cual le sería dado expresarse totalmente. Las palabras ardientes que él pudiera elegir, se asfixiarían en la atmósfera de aquel cerebro, estéril y venenosa como la de un planeta muerto. Pensó que miles de M. Girord lo rodeaban diariamente en la oficina, en las playas, en las calles, en los tranvías. Y no era necesario que fueran viejos; todos ellos habían nacido con la imaginación cansada, infinitamente mediocres, ridículos y brutales. Miles de M. Girord hacían los diarios, dictaban leyes, repartían el bien y el mal. El mundo estaba dirigido por ellos. Crueles y cobardes, temerosos ante todo lo que significaba audacia y originalidad".
[Juan Carlos Onetti, Juntacadáveres; Tiempo de abrazar].

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