"La justicia aprended en mi escarmiento
y a respetar los dioses que la imponen".
Éste por oro malvendió a la patria,
un tirano le impuso, y sobornado
hizo y deshizo leyes a capricho.
Forzó aquel otro el lecho de su hija,
himeneo nefando. Osaron todos
algún monstruoso mal, y lo gozaron.
No, ni con lenguas ciento o con cien bocas,
ni con voz de metal, pudiera nunca
abarcar tantos géneros de crímenes,
ni dar siquiera el nombre de sus penas.
Así habló la longeva Pitonisa,
y de pronto: "Echa a andar -añade-, que urge
seguir tu viaje y completar tu empresa.
Más aprisa. Los muros ya estoy viendo
forjados en los hornos de los Cíclopes,
y al frente bajo un arco la portada
donde nos mandan entregar la ofrenda".
Dice, y la senda oscura juntos cruzan
y rápidos franquean el espacio
que a la puerta los lleva. Pisa Eneas
el umbral, y lustrado en agua viva,
enclava en el dintel un ramo de oro.
[Virgilio, Eneida, José Carlos Fernández Corte (ed.), Madrid, Cátedra, 4ª ed., 1995, pág. 343].
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