E. M. Cioran tiene duras palabras sobre la democracia y sus líderes en Historia y Utopía, y lo equipara al fracaso perfecto de Grecia, que para él parece que se esmeró en hacer de él un modelo para descorazonar a la posteridad. Libro duro, de una dureza que destila impotencia y desconfianza en el ser humano al mismo tiempo que comprensión a todo lo inhumano que hay en él, en un continuo juego de reflejos que nos mantienen de pie un día más, pero cuya catástrofe es su destino. Dice Cioran:
"A partir del siglo III antes de Cristo -dilapidada su sustancia, tambaleantes sus ídolos, dividida su vida política entre el partido macedonio y el partido romano-, para resolver sus crisis y poner remedio a la maldición de sus libertades, Grecia tuvo que recurrir a la dominación extranjera, aceptar durante más de quinientos años el yugo de Roma, viéndose empujada a ello por el mismo grado de refinamiento y de gangrena a que había llegado. Reducido el politeísmo a un montón de fábulas, había perdido su genio religioso y, con él, su genio político, dos realidades indisolublemente ligadas: poner en tela de juicio a los dioses es poner en tela de juicio a la ciudad que presiden. Grecia no pudo sobrevivir a sus dioses, como tampoco pudo roma sobrevivir a los suyos. Para comprobar que con su instinto religioso perdió su instinto político, bastará con mirar sus reacciones durante las guerras civiles: siempre del lado equivocado, (...) Las naciones cansadas de sus dioses, o de las que los dioses están hartos, mientras mejor legisladas estén, más riesgos corren de sucumbir. El ciudadano se pule a expensas de las instituciones; si deja de creer en ellas, no puede ya defenderlas".
[E. M. Cioran, Historia y Utopía, Barcelona, Tusquets Editores, 1988, págs. 81-82].
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