martes, 6 de diciembre de 2011

Zoilo: el filósofo envidioso.




Al estudiar la Edad Ateniense pasamos muy de prisa sobre cierto sujeto con quien nos reconocemos en deuda. Hoy se considera que Zoilo el filósofo y Zoilo el retor son una misma persona y a esta persona se la sitúa en el siglo IV. Este envidioso universal se delata como cínico por su mente, por su apariencia y su indumento. Helo, con su ridicula capa, su alforja, su bastón de peregrino, su pelo al rape y sus barbas crecidas, husmeando murmuraciones y coleccionando miserias. El muy descarado se enfrenta con las figuras más venerabies, creyendo así engrandecerse. Atacaba lo mismo a Platón que a Sócrates, y a cuantos rebasaban la mediocridad, su diosa verdadera. Escribió hasta nueve libros contra Homero, libros de que sólo quedan regüeldos, que no trozos. Se creía el matador de Homero porque le contaba los lunares. Sus reparos no sólo son extraliterarios, sino mezquinos. Las más veces, afectan a la invención del poema, y el alejandrino Atenodoro, buen estoque, dio cuenta con ellos, aunque de antemano los tenía refutados la noción misma de la poesía. Otras veces, los reparos afectan a la gramática, y los deshizo todos el alejandrino Aristarco, que entendía en estos trances. Que los compañeros de Odiseo, dice Zoilo, no podían llorar después de ser transformados por Circe en puercos; que Ideo no debió abandonar su carro a la hora de escapar ¿A qué recoger sus boberías? Zoilo es uno de tantos despechados de nacimiento que abundan en la literatura, por supuesto de escaleras abajo. Abuelo de Celui qui ne comprend pas, deja numerosa descendencia. Es el precursor del "valbuenismo" y de otros amargados. Los cadáveres que amontonan por ahí estos matones gozan de buena salud. Homero parece que lo hubiera previsto y de antemano sentenciado en aquella repugnante figura de Tersites, capaz de impacientar al mismo Odiseo con su fealdad física y moral. Hoy se han perdido ciertas viejas prácticas: se asegura que los atenienses, hartos de Zoilo, lo precipitamos un día desde la roca de Escirón, camino de Megara. Si no fue verdad, merecía serlo. [Véase Alfonso Reyes, La filosofía helenística].