sábado, 21 de julio de 2018

PROMETEO Y EL ORIGEN DE LA TÉCNICA


En la versión original de Hesíodo sobre el mito prometeico, Prometeo es castigado por los dioses por engañarlos al dividir la carne del sacrificio: por su arrogante intento de cambiar el orden preestablecido de las cosas, por su ignominioso cinismo al inmiscuirse en lo que a ningún ser humano le estaba permitido. El poema de Hesíodo fue compuesto para una audiencia que vivía en defensa continua del pasado en que se fijaron los patrones, de una época «dorada» porque no conocía la amenaza de la caída. Para esa audiencia, el pasado representaba seguridad, y el futuro, peligro; el sufrimiento era el efecto colateral de romper la tradición, y un alejamiento de cómo eran las cosas y cómo deberían permanecer por disposición de la voluntad sobrehumana de los dioses. Fue en la versión posterior de Esquilo que el mito se revirtió: Prometeo sufrió su cruel castigo por llevarles a los hombres «las artes no sólo de curar, las matemáticas, la medicina, la navegación y la adivinación, sino la minería y cómo trabajar los metales». Los dioses ya no son los guardianes del orden que protege a los seres humanos de la caída; son unos miserables celosos aferrados a las «formas tradicionales» que representan, ante todo, su privilegio. Los dioses tratan de que los hombres retrocedan mientras ellos avanzan. Prometeo deja de ser el criminal fraudulento justamente castigado para convertirse en un héroe perseguido. Se convirtió en héroe cuando Atenas —única entre las civilizaciones antiguas— llegó al límite del moderno, desafiante y temerario impulso hacia lo gran desconocido, pavimentado y señalado tan sólo por la capacidad humana de movimiento. «La minería y cómo trabajar los metales», más que otra cosa, le dio al ser humano la capacidad de moverse e ir definiendo destinos conforme se movía. También le permitió liberarse de los más temibles grilletes: los de los fines fijos y predeterminados de la vida. «La técnica», nos dice Ellul, «nos permite rehacer la vida y su marco porque no estuvieron bien hechos». Mas «no estuvieron bien hechos» sólo significa que fueron hechos de manera diferente de como habrían sido si se hubieran aplicado los medios técnicos disponibles; el razonamiento es evidentemente tautológico y, por lo mismo, invulnerable. La tecnología se define como la «completa separación de la meta y el mecanismo, limitar el problema a los medios, y no interferir de manera alguna con la eficiencia [,..]».
[Véase, Zygmunt Bauman, Ética posmoderna, Madrid, Siglo XXI, 2009, págs. 215-216].

EPIFANÍAS ACUÁTICAS Y DIVINIDADES DE LAS AGUAS



"El culto de las aguas —ríos, fuentes, lagos— era en Grecia anterior a las invasiones indoeuropeas y a toda valorización mitológica de la experiencia religiosa. Algunos restos de ese culto arcaico se conservaron hasta el ocaso del helenismo. Pausanias (VIII, 38, 3-4) pudo ver todavía y describir la ceremonia que tenía lugar en la fuente Hagno, en la ladera del monte Lykaios, de Arcadia; a ella acudía en épocas de sequía el sacerdote del dios Lykaios; ofrecía un sacrificio y dejaba caer en la fuente una rama de encina. Es un rito muy antiguo que entra dentro del conjunto «magia de la lluvia». En efecto, Pausanias cuenta que, después de la ceremonia, se elevaba del agua un ligero vaho, parecido a una nube, y poco después comenzaba a llover. No aparece aquí ninguna personificación religiosa; la fuerza reside en la fuente misma y esa fuerza, puesta en marcha por un rito específico, provoca la lluvia. Homero conocía el culto de los ríos. Los troyanos, por ejemplo, sacrificaban animales al Escamandro y arrojaban a sus aguas caballos vivos; Peleas sacrifica cincuenta ovejas en la fuente del Spercheios. El Escamandro tenía sus sacerdotes; al Spercheios estaban consagrados un recinto y un altar. Se sacrificaban caballos o bueyes a Poseidón y a las divinidades marinas (cf. referencias y bibliografía en Nilsson, Geschichte, I, 220, n. 3). Otros pueblos indoeuropeos ofrecían también sacrificios a los ríos; por ejemplo, los cimbrios (que ofrecían sacrificios al Ródano), los francos, los germanos, los eslavos, etc. (cf. Saintyves, Corpus, 160). Hesíodo menciona (Op., 737s) los sacrificios que se celebraban al cruzar un río. (Rito este que tiene numerosos paralelos etnográficos; los massai del este de África tiran un puñado de hierbas cada vez que cruzan un río; los baganda de África Central hacen una ofrenda de granos de café al cruzar el agua, etc.; cf. Frazer, Folklore in the Oíd Testament, II, 417s). Los dioses fluviales helénicos son algunas veces antropomorfos; el Escamandro, por ejemplo, lucha con Aquiles (Ilíada, XXI, 124s). Pero en su mayoría eran representados bajo forma de toros (referencias en Nilsson, 221, n. 10). El dios fluvial más conocido era Aqueloos. Homero le considera incluso como un gran dios, divinidad de todos los ríos, de los mares y de las fuentes. Son conocidas las luchas de Aqueloos con Hércules; se le rendía culto en Atenas, en Oropos, en Megara y en otras muchas ciudades. Su nombre ha sido interpretado de maneras muy distintas, pero la etimología más probable parece ser simplemente «agua» (Nilsson, I, 222). Huelga citar toda la mitología acuática de los griegos. Es muy amplia y de perfiles poco precisos. En un continuo fluir, van apareciendo innumerables figuras míticas, que repiten el mismo leitmotiv: las divinidades de las aguas nacen de las aguas. Algunas de estas figuras han llegado a ocupar un lugar importante dentro de la mitología o de la leyenda; así, por ejemplo, Tetis, la ninfa marina; así también Protea, Glaucos, Nerea, Tritón, divinidades neptúnicas vinculadas todavía a las aguas por su forma, con cuerpo de monstruos marinos, cola de pez, etc. Viven y reinan en las profundidades del mar. Como ese elemento, del que no están del todo ni definitivamente separadas, esas divinidades son extrañas, caprichosas; hacen el bien con la misma ligereza que el mal, y como el mar, las más de las veces hacen el mal. Viven más que los otros dioses, más allá del tiempo y de la historia. Muy próximas al origen del mundo, sólo participan ocasionalmente de su destino. Su vida es quizá menos divina que la de los demás dioses, pero es más igual y está más vinculada al elemento primordial que representan".

[Véase, Mircea Eliade, Tratado de historia de las religiones, Madrid, Ediciones Cristiandad, 1974, págs. 237-238].

domingo, 15 de julio de 2018

La oveja negra de Italo Calvino.




Erase un país donde todos eran ladrones. Por la noche cada uno de los habitantes salía con una ganzúa y una linterna sorda, para ir a saquear la casa del vecino. Al regresar el alba, cargado, encontraba su casa desvalijada. Y todos vivían en concordia y si daño, porque uno robaba al otro y este a otro y así sucesivamente. Hasta llegar al último que robaba al primero. En aquel país el comercio sólo se practicaba en forma de embrollo, tanto por parte del que vendía como el que compraba. El gobierno era una asociación creada para delinquir en perjuicios de los súbditos por su lado los súbditos solo pensaban en defraudar al gobierno. La vida transcurría sin tropiezos, y no había ni ricos ni pobres. Pero he aquí que no se sabe cómo, apareció en el país un hombre honrado-Por la noche, En lugar de salir con la bolsa y la linterna, se quedaba en casa fumando y leyendo novelas. Esto duró un tiempo; después hubo que darle a entender que si él quería vivir sin hacer nada, no era una buena razón para no dejar hacer a los demás. Cada noche que pasaba en casa era una familia que no comía al día siguiente. Frente a estas razones el hombre honrado no podía oponerse. También él empezó a salir por la noche para regresar al alba, pero no iba a robar. Era honrado, no había nada que hacer. Iba hasta el puente y se quedaba mirando pasar el agua. Volvía a casa y la encontraba saqueada. En menos de una semana el hombre honrado se encontró sin un céntimo tener que comer, con la casa vacía. Pero hasta allí no había nada que decir, porque era culpa suya; Lo malo era que de ese modo suyo de proceder nacía un gran desorden. Porque él se dejaba robar todo y entretanto no robaba a nadie, de modo que siempre alguien que al regresar al alba encontraba su casa intacta: la casa que él hubiera debido desvalijar. El hecho es que al cabo de un tiempo los que no eran robados eran más ricos que los otros y no quisieron seguir robando. Y por otro lado, los que iban a robar a la casa del hombre honrado la encontraban siempre vacía; de modo que se volvían pobres. Entre tanto los que se habían vuelto ricos se acostumbraron a ir también al puente por la noche, a ver correr el agua. Esto aumentó la confusión, porque hubo muchos otros que se hicieron ricos y muchos otros se volvieron pobres. Pero los ricos vieron que yendo de noche al puente, al cabo de un tiempo se volverían pobres. Y pensaron: “Paguemos a los pobres para que vayan a robar, por nuestra cuenta”. Se firmaron contratos, se establecieron los salarios, los porcentajes: naturalmente. Siempre eran ladrones y trataban de engañarse unos a los otros. Pero como suele suceder, los ricos se hacían cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres Había ricos tan ricos que ya no tenían necesidad de robar o de hacer robar para seguir siendo ricos. Pero si dejaban de robar para seguir siendo ricos. Pero si dejaban de robar se volvían más pobres porque los pobres les robaban. Entonces pagaron a los más pobres de los pobres para defender de los otros pobres sus propias casas, y así fue como instituyeron la policía y construyeron las cárceles. De esa manera, pocos años después del advenimiento del hombre honrado, ya no se hablaba de robar o de ser robados, sino sólo de ricos o de pobres; y sin embargo todos seguían siendo ladrones. Honrado solo había habido aquel fulano, y no tardo en morirse de hambre. (Fin) 
Solo quiero añadir: “Cualquier parecido con la coincidencia, es pura Realidad”.
[Véase, Italo Calvino, La jornada de un escrutador, Madrid, Siruela, 2007].