jueves, 24 de marzo de 2016

ENCARNACIÓN HUMANA DE LOS DIOSES



"La noción de un "dios-hombre" o de un ser humano dotado de divinos poderes sobrenaturales pertenece esencialmente al período más primitivo de la historia religiosa, en la que dioses y hombres eran considerados todavía como seres de casi la misma clase y antes de quedar separados por un abismo infranqueable, que el pensamiento ulterior abre entre ellos. Aunque pudiera parecemos extraña la idea de un dios encarnado en forma humana, no es como para sorprender y sobrecoger al hombre primitivo, que ve en un "dios-hombre" o en un "hombre-dios" tan sólo un grado más alto de los mismos poderes sobrenaturales que él mismo se arroga de perfecta buena fe. No establece diferencia demasiado grande entre un dios y un hechicero poderoso. Sus dioses son con frecuencia magos invisibles tan sólo, que ocultos tras el velo de la naturaleza hacen la misma clase de sortilegios y encantamientos que el mago humano en forma visible y corporal para sus compañeros. Y como se cree generalmente que los dioses se presentan a sus adoradores en figura humana, es fácil para el mago, con sus milagrosos dones supuestos, adquirir la reputación de ser una encarnación divina. De este modo, y comenzando poco más que como simple conjurador, el curandero o mago asciende y brota del capullo a la espléndida floración de dios y rey a un tiempo. Pero al hablar de él como de un dios debemos precavernos de introducir en el concepto salvaje de deidad las ideas, tan abstractas y complejas, que nosotros asociamos con ese término. En estas profundas cuestiones nuestras ideas son el fruto de una larga evolución intelectual y moral y están muy lejos de ser compartidas por el salvaje, que no puede ni entenderlas cuando se le explican. Muchas de las enconadas controversias respecto a la religión de los pueblos inferiores se han generado en una equivocación mutua: el salvaje no entiende los conceptos del hombre civilizado y pocos hombres civilizados entienden los pensamientos del salvaje. Cuando el hombre salvaje pronuncia su palabra "dios", él piensa en un ser de cierta clase; cuando el hombre civilizado usa la palabra "dios", tiene en su mente una representación de muy diferente clase y si, como suele acontecer, los dos hombres son igualmente inhábiles para colocarse en el punto de vista del otro, no puede resultar de sus discusiones más que equivocaciones y confusión. Si nosotros, como hombres civilizados, insistimos en limitar el nombre de Dios al particular concepto de la naturaleza divina que nos hemos forjado, entonces debemos confesar rotundamente que el salvaje no tiene dios. Pero nos ajustaremos más exactamente a los hechos de la historia si admitimos que la mayor parte de los menos salvajes poseen una rudimentaria noción de ciertos seres sobrenaturales que muy bien pueden llamarse dioses, aunque no sea en el sentido íntegro en que usamos la palabra. Esta rudimentaria noción representa con toda probabilidad el germen que gradualmente ha ido evolucionando hasta los altos conceptos de divinidad de los pueblos civilizados; si pudiéramos seguir el curso total! del desenvolvimiento religioso, encontraríamos que la línea que une nuestra idea de la divinidad con la del salvaje es una y la misma".

[Véase, James George Frazer, La rama dorada, Magia y religión, México, Fondo de Cultura Económica, 1890, 8ª reimp. 1981, págs. 123-124].

Ver vídeo Millennium. De animales a dioses: http://rtve.es/v/2924074





lunes, 21 de marzo de 2016

EL TIEMPO EN LA LITERATURA PARA STEINER




"No es necesario insistir más en las infinitas variedades de relación entre las narraciones literarias, orales o escritas, y el tiempo. De Homero a Proust, Mann o Joyce, la literatura occidental ha construido sus mundos alrededor de los dominios del tiempo pasado, de las gramatologías de la rememoración. Como correspondencia, los escritos utópicos y de ciencia-ficción recuerdan el futuro. Más específicamente, puede decirse que la historia de la novela occidental, en tanto que deconstruye y reinventa la epopeya en verso, es la de una narrativa que se desarrolla en un marco temporal concreto y cuyo tema unificador es precisamente el tiempo. Desde Cervantes y Defoe hasta los modernos, nuestras novelas escenifican los efectos del tiempo sobre el individuo y la sociedad, sobre la conciencia y los lugares. O tempora, o mores. Una vez más, lo mismo que en música, las abstracciones del tiempo cronométrico, de los calendarios, de los carillones y de los relojes que están «ahí fuera», actúan contra la autenticidad de la duración psicológica y ficticia de la obra. Este hecho es tan manifiesto en la pseudo-aristotélica «unidad de tiempo» que condensa el drama neoclásico en veinticuatro horas como en la cápsula temporal que confiere a Al faro de Virginia Woolf su carga de inmovilidad. Las pródigas reflexiones de Shakespeare sobre el tiempo, sus animaciones metafóricas, en particular en los sonetos, forman una antología de percepciones sólo comparables a las de Dante y Proust. Se conseguiría, aventuro yo, una poética y una metafísica de la temporalidad listando simplemente la palabra «tiempo» en las concordancias de las obras de Shakespeare.
La intencionalidad de la literatura en función del topos de la supervivencia, de la «inmortalidad», se abordará en el último capítulo de este libro. Aquí quisiera examinar más de cerca las distinciones entre las relaciones de la creatividad con el tiempo histórico en las artes y en las ciencias. Se puede demostrar que hay una historia de las ciencias, de los procedimientos de creación y de invención propios de las ciencias y de la tecnología. ¿Hay una «historia del arte» o una historia de la poesía en un sentido análogo? ¿O se trata de una historicidad completamente diferente?".

Véase, George Steiner, Gramáticas de la creación, Madrid, Siruela, 2011, págs. 236-237.

Aquí les dejo el vídeo de Steiner sobre mitos y música: