viernes, 28 de agosto de 2015

MITO: La alegoría de la caverna de Platón y la cultura política que nos subyuga.



-Ya lo veo -dijo Glaucon.
-Pues bien, ve ahora, a lo largo de esa paredilla, unos hombres que transportan toda clase de objetos cuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales, hechas de piedra, de madera y de toda clase de materiales. Entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.
-¡Qué extraña escena describes -dijo- y qué extraños prisioneros!
-Iguales que nosotros -dije-, porque, en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí mismos o de sus compañeros, sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos?
-¿Cómo iba a ser de otra manera -dijo-, si toda su vida han sido obligados a mantener inmóviles las cabezas?
-Y de los objetos transportados, ¿no habrán visto lo mismo?
-¿Qué otra cosa van a ver?
-Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas sombras que veían pasar ante ellos?
-Forzosamente.
-¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que cada vez que hablara alguno de los que pasaban, creerían ellos que lo 
que hablaban era otra cosa sino la sombra que veían pasar ante ellos?
-No por Zeus -dijo.
-Entonces no hay duda -dije yo-, de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados. 

(Platón, Rep., VII, 514a 515c. Trad. J. M. Pabón y M. F. Galiano).

Platón escribió esta alegoría para enseñar a sus alumnos que la base de la educación está en el alma. La educación no sería otra cosa que el arte de volver este órgano del alma a ver la realidad y no sus sombras, posibilitando la corrección. La realidad es saber contemplar la Idea del Bien, entre otras, también del Estado, "(...) armonizándose los ciudadanos por la persuasión o por la fuerza, haciendo que unos a otros se presten los beneficios de cada uno sea capaz de prestar a la comunidad. Porque si se forja a tales hombres en el Estado, no es para permitir que cada uno se vuelva hacia donde le de la gana, sino para utilizarlos para la consolidación del Estado". 
Al mismo tiempo, Platón tiene claro que hay que saber educar a los nuevos filósofos para ser "(...) conductores y reyes de los enjambres", capaces de participar tanto en la filosofía como en la política, y en consecuencia "(...) Cada uno a su turno, por consiguiente, debéis descender hacia la morada común de los demás y habituaros a contemplar las tinieblas; pues, una vez habituados, veréis mil veces mejor las cosas de allí y conoceréis cada una de las imágenes y de qué son imágenes, ya que vosotros habréis visto antes la verdad en lo que concierne a las cosas bellas, justas y buenas". Para el maestro, lo más lógico es ordenar a los justos cosas justas, y a continuación da una lección que bien podríamos situar en nuestros tiempos, si no fuera tan surrealista nuestra realidad política: 
"Así es, amigo mío: si has hallado para los que van a gobernar un modo de vida mejor que el gobernar, podrás contar con un Estado bien gobernado; pues solo en él gobiernan los que son realmente ricos, no en oro, sino en la riqueza que hace la felicidad: una vida virtuosa y sabia. No, en cambio, donde los pordioseros y necesitados de bienes privados marchan sobre los asuntos públicos, convencidos de que allí han de apoderarse del bien; pues cuando el gobierno se convierte en objeto de disputas, semejante guerra doméstica e intestina acaba con ellos y con el resto del Estado".
Sabias palabras para aquel que supo ver una realidad política que nos subyuga desde el origen de los tiempos, y más en las últimas fechas y no sólo en España, sino en todo el Mundo. 
[Véase, Platón, Diálogos. IV República, Madrid, Gredos, 1986, 2ª reimp., 1992, págs. 338-377].





martes, 25 de agosto de 2015

MITO: La divina forma humana. William Blake

W. Blake, El sol en el pórtico de Oriente, hacia 1815.


Agrippa de Nettesheim (1486-1535), tuvo una concepción mágica del mundo que influyó en Durero; y se basaba en las doctrinas gnósticas de Hermes Trimegistro, traducidas por Marsilo Ficino. Proclamó que el hombre no sólo había sido creado a la imagen de Dios, sino que además, estaba dotado de su omnipotencia. Colocó pues al hombre en el centro de la creación: "El hombre tiene el privilegio de formar parte de todo (...). Participa de la materia en su propio sujeto; de los elementos en su cuádruple cuerpo; de las plantas por su fuerza vegetativa; de los animales por la vida sensible; del cielo por el espíritu etéreo (...), de los ángeles por la sabiduría; de Dios por la síntesis de todo (...), y como Dios todo lo sabe, el hombre es capaz de conocer lo que es suceptible de conocimiento..."
William Blake en su himno Jerusalén (1804-1820), completa esta descripción y dice: "Todos son hombres en la eternidad, los ríos, las montañas, las ciudades y los pueblos, y si tú entras en su interior, te vuelve cielo y tierra, al igual que tú albergas en tu interior el cielo y la tierra y todo lo que percibes; y aunque parece que está en el exterior, está en realidad en el interior, en tu imaginación, de la que este mundo mortal no es más que una sombra".

[Véase, Alexander Roob, Alquimia & Mística, Köln, Taschen, 2011, págs. 430 y 443].


El himno Jerusalén de Blake ha sido propuesto como himno nacional de Inglaterra. 

domingo, 23 de agosto de 2015

MITO: El palacio de cristal de Dostoievski, la psicología del resentimiento o la enemistad hacia la Globalización.




"Ustedes creen en el palacio de cristal, indestructible, eterno, al que no se le podrá sacar la lengua ni mostrar el puño a escondidas. Pues bien, yo desconfío de ese palacio de cristal, tal vez justamente porque es de cristal e indestructible y porque no se le podrá sacar la lengua, ni siquiera a escondidas. 
Verán ustedes: si en vez de un palacio de cristal tengo un simple gallinero, cuando llueva podré cobijarme en él; pero, aunque le esté muy agradecido por haberme preservado de la lluvia, no lo tomaré por un palacio. Ustedes se ríen y me dicen que en este caso un palacio y un gallinero tienen el mismo valor. Y yo les responderé que así es, pero que no vivimos sólo para no mojarnos. 
¿Qué le vamos a hacer si se me ha metido en la cabeza que no se vive solamente para eso y que hay que vivir en un palacio? Ésta es mi voluntad porque éste es mi deseo. Y ustedes no conseguirán despojarme de mi voluntad si no modifican mis deseos. Pueden intentarlo, presentarme otro objetivo, ofrecerme otro ideal. Pero hasta que logren su propósito, me niego a tomar un gallinero por un palacio de cristal. Es posible que el palacio de cristal sea sólo un mito, que las leyes de la naturaleza no lo admitan y que lo haya inventado yo neciamente, impulsado por ciertas costumbres irracionales de nuestra generación. Pero ¿qué me importa que ese palacio sea inadmisible? ¿Qué me importa, si existe en mis deseos o, para decirlo con más exactitud, si existe mientras existan mis deseos? Se ríen ustedes de nuevo, ¿verdad? Bien, ríanse tanto como les plazca. Acepto todas las burlas pero me niego a decirme que estoy saciado cuando todavía tengo hambre. No me conformaré con un compromiso, con un cero que se renueva indefinidamente, por la única razón de que está de acuerdo con las leyes naturales y existe realmente. No admitiré que el coronamiento de mis deseos pueda ser una casa de ladrillo con alojamientos baratos cedidos en arrendamiento para mil años y que ostente el rótulo del dentista Wagenheim. Destruyan mis deseos, derriben mi ideal, preséntenme una meta mejor, y yo los seguiré. Me dirán ustedes, tal vez, que no vale la pena preocuparse por mí; pero piensen que yo puedo responderles lo mismo. Estamos discutiendo seriamente, pero les advierto que si ustedes no se dignan concederme su atención, no me echaré a llorar. Tengo mi subsuelo. 
¡Pero mientras yo exista, mientras yo desee, que mis manos se sequen si llevo un solo ladrillo a esa casa! No me digan que yo mismo he renunciado hace poco al palacio de cristal por el único motivo de que no podía sacarle la lengua. Si he hablado así no ha sido porque me guste sacar la lengua. Acaso lo que me irrita es precisamente que, entre todos los edificios que tienen ustedes, no haya uno solo al que no se le tenga que sacar la lengua. Es decir, me haría cortar la lengua, en un impulso de agradecimiento, si se arreglasen las cosas de modo que yo perdiese las ganas de sacar la lengua. Pero ¿qué me importa que las cosas no puedan arreglarse así y que haya que conformarse con tener un alojamiento económico? ¿Por qué tengo semejantes deseos? ¿Acaso no estoy constituido así para poder comprobar que esta constitución es sólo una broma de mal gusto? Pero ¿es éste verdaderamente el único objetivo? No lo admito. 
Por otra parte, ¿saben ustedes lo que les digo? Que estoy persuadido de que nosotros, los hombres del subsuelo, debemos estar atraillados. El hombre del subsuelo es capaz de permanecer silencioso en su cobijo durante cuarenta años; pero si sale del subsuelo, empieza a hablar, y ya no hay modo de detenerlo".

[Véase, Fiodor M. Dostoievski, Memorias del subsuelo, Barcelona, Barral editores, 1978, págs.- 65-66. Prólogo de Georges Steiner; Peter Sloterdijk, En el mundo interior del capital. Para una teoría filosófica de la globalización, Madrid, Siruela, 2007, 2ª ed., 2010, págs. 203-211].


Joseph Paxton creó el mítico palacio de hierro y cristal en 1851 para la Exposición Universal de Londres, destruido por un incendio en 1936. Dostoievski escribe Memorias del subsuelo en 1864. Pasaba por ser una de las maravillas tecnológicas del mundo, un triunfo del montaje en serie, de gran complejidad organizativa, el comienzo de la marcha triunfal de la Modernidad. Lo curioso es que el palacio carecía de nombre, fue Dostoievski quién así lo bautizó cuando visitó Londres en 1862.