jueves, 19 de diciembre de 2013

Octavio Paz. Entre dioses y hombres


"Religión y destino regían su vida, como moral y libertad presiden la nuestra. Mientras nosotros vivimos bajo el signo de la libertad y todo - aún la fatalidad griega y la gracia de los teólogos -es elección y lucha, para los aztecas el problema se reducía a investigar la no siempre clara voluntad de los dioses. De ahí la importancia de las prácticas adivinatorias. Los únicos libres eran los dioses. Ellos podían escoger - y, por lo tanto, en un sentido profundo, pecar. La religión azteca está llena de dioses pecadores -Quetzalcóatl, como ejemplo máximo-, dioses que desfallecen y pueden abandonar a sus creyentes, del mismo modo que los cristianos reniegan a veces de su Dios. La conquista de México sería inexplicable sin la traición de los dioses, que reniegan de su pueblo. (...) Habitamos nuestra soledad como Filoctenes su isla, no esperando, sino temiendo volver al mundo. No soportamos la presencia de nuestros compañeros. Encerrados en nosotros mismos, cuando no desgarrados y enajenados, apuramos una soledad sin referencias a un más allá redentor o a un más acá creador". 

Octavio Paz, El laberinto de la soledad, Madrid, Cátedra, 8º ed., 2002, págs. 191 y 201.