domingo, 3 de abril de 2011

Vivimos igual que soñamos: solos.



"Ya sabéis que odio, detesto y no puedo soportar la mentira, no porque sea más recto que los demás, sino simplemente porque me horroriza. Hay un toque de muerte, un sabor a mortalidad en las mentiras, que es exactamente lo que más odio y detesto del mundo, lo que deseo olvidar. Me parece sentirme desdichado y enfermo, como si hubiera mordido algo podrido. Cuestión de temperamento, supongo. Bueno, estuve a punto de mentir porque dejé que aquel joven estúpido creyera todo lo que quiso imaginar acerca de mis influencias en Europa. En un instante me convertí en un ser tan falso como el resto de los hechizados peregrinos. Y ello simplemente porque tenía la idea de que de alguna forma esto serviría de ayuda a aquel tal Kurtz, al que no vi entonces..., no sé si me entendéis. Para mí él era sólo una palabra. Yo no veía a la persona en el nombre, no más de lo que vosotros podéis verlo. ¿Lo veis? ¿Veis el relato? ¿Veis algo? Tengo la sensación de estaros contando un sueño, pero inútilmente, porque ningún relato de un sueño puede transmitir la sensación del sueño, esa mezcla de absurdo, sorpresa y aturdimiento en un temblor en rebelión agónica, esa sensación de ser capturado por lo increíble, que constituye la esencia de los sueños..."
[Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, Madrid, Cátedra, 3ª ed., 2007, pág. 169].