jueves, 23 de septiembre de 2010

La aparición del arte para Duvignaud

Jean Duvignaud nos informa que con la aparición de las ciudades, presenciamos, que la expresión creadora realiza el tránsito del mito al libro. El mito, dice, dimana de una jerarquización deliberada que los grupos le imponen a la anarquía natural; la aparición de la ciudad-Estado presenta todos los aspectos de una violación o de un escándalo frente al medio en el cual aparece. El hecho de concentrar las actividades humanas en un espacio limitado y de modificar las relaciones entre los grupos, de reemplazar la violencia por la palabra jurídica, la guerra por el intercambio, y la dominación por la política, todo ello constituye una profunda revolución de los modos de vida y de las costumbres de la existencia. Podemos hablar del arte en el sentido moderno de la palabra en las ciudades griegas: porque el hombre en ellas fue consciente, por primera vez, de imaginar de acuerdo con lo verdadero. Se trata de ciudades libres, en las que la vida se concentra y acentúa sus formas de comunicación gracias a ese incremento de la densidad social en el marco de un espacio restringido. La aparición y desarrollo del arte pictórico, aparece en ese clima de concentración intensa, le imparte a la representación plástica el poder de devenir una exploración metódica de la extensión o del espacio, en la medida en que este espacio se convierte explícitamente en la experiencia misma del hombre.
En el seno de la ciudad, símbolo del espacio domeñado y vivido, conlleva sin duda la toma de conciencia del arte como tal. Aquí también el hombre descubre que se trata de imaginar de acuerdo con lo verdadero; y también en este caso, la realización del arte corresponde a la búsqueda de una definición del hombre. Sólo en este caso es donde cabe hablar de arte en el actual sentido de la palabra. Porque el arte es realmente una conducta orientada hacia lo imaginario y que este imaginario es la exploración de la experiencia; el arte corresponde a esta tentativa grandiosa de ordenación de la experiencia humana. Pero dado que las ciudades libres se convierten todas en tiranías, el arte acaba de ponerse al servicio de la potestad. La pintura se transformará para servir a la grandeza de un príncipe. Cambiará de función. A lo menos habrá representado una posibilidad viva, la de construir, aunque no más sea de paso, un orden humano en el cual la comunicación prevalece sobre la dominación.
[Jean Duvignaud, Sociología del arte, Barcelona, Península, 2ª ed., 1988, págs. 106-113].

domingo, 19 de septiembre de 2010

La ausencia de Mito para Bataille.

El espíritu que determina este momento del tiempo necesariamente se consume -e íntegramente extendido desea esa consunción. El mito y la posibilidad del mito se deshacen: sólo subsiste un vacío inmenso, amado y miserable. La ausencia de mito quizás sea ese suelo, inmutable bajo mis pies, pero quizás en seguida ese suelo desaparezca.
La ausencia de Dios no es la clausura: es la apertura del infinito. La ausencia de Dios es más vasta, es más divina que Dios (ya no soy por ende Yo, sino una ausencia del Yo: esperaba ese escamoteo y ahora soy jovial sin medida).
En el vacío blanco e incongruente de la ausencia, viven inocentemente y se deshacen mitos que ya no son mitos, cuya misma duración revelaría su precariedad. Al menos la pálida transparencia de la posibilidad tiene un sentido perfecto: como los ríos en el mar, los mitos, perdurables o fugaces, se pierden en la ausencia de mito, que es su duelo y su verdad.
La decisiva ausencia de fe es la fe inquebrantable. El hecho de que un universo sin mito sea un universo en ruinas -reducido a la nada de las cosas- al privarnos de ello equipara la privación con la revelación del universo. Si al suprimir el universo mítico hemos perdido el universo, eso mismo une a la muerte del mito la acción de una pérdida reveladora. Y actualmente, porque un mito ha muerto o muere, vemos mejor a través de él que si viviera: es el despojamiento lo que perfecciona la transparencia, y es el sufrimiento lo que nos vuelve joviales.
"La noche es también un sol" y la ausencia de mito es también un mito: el más frío, el más puro, el único verdadero.
[Georges Bataille, La felicidad, el erotismo y la literatura, Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, 3ª ed., 2008, págs. 77-78].