jueves, 13 de agosto de 2009

Momentos Históricos de España

Para Claudio Sánchez-Albornoz hay tres momentos claves en la historia de España, él lo llama "los tres desembarcos". El primero, la noche del 27 de abril del 711, cuando un berberisco recién convertido al islamismo, cruzó el Estrecho con algunos millares de africanos, puso pie en Chebel Tariq (la Montaña de Tarq) Gibraltar, para realizar la tercera de las intervenciones extranjeras solicitadas por las facciones visigodas sacudidas por bárbaras pugnas, cambiando "para siempre" las rutas de España. El segundo, la mañana del 12 de octubre de 1492 cuando un marino extranjero al servicio de Castilla, con tres carabelas desembarca en la isla de San Salvador. Las formas de vida después de ocho siglos de batallar de la cristiandad y la muslimería, quimera y aventura, consiguieron el transplante de la civilización occidental a los primitivos pueblos de América. El tercero, el 19 de septiembre de 1517 en la que los vecinos de Tazones (Villaviciosa) en Asturias se prepararon a resistir el temido ataque de una supuesta flota enemiga que enarbolaba la bandera y armas castellanas, desembarcando un príncipe boquiabierto, distraído e imberbe de diecisiete años y de nombre Carlos, una nueva estirpe regia empezó desde entonces a gobernar España, con sangre castellana, borgoñona y de los habsburgo.
Yo añado "los tres embarcos", que son la otra cara de la moneda en esta impetuosa y mal entendida historia de España. La primera, el 2 de enero de 1492 cuando es conquistada por tropas cristianas, después de ocho siglos, la ciudad de Granada, siendo las capitulaciones firmadas "papel mojado". La segunda, tras los desastres navales de Cavite y Santiago, el armisticio de agosto de 1898 y el tratado de París de diciembre de ese mismo año, España entrega el testigo "imperial" a los Estados Unidos de Norteamérica. Y el tercero, debido a la incapacidad de Carlos II para dar un heredero a la corona española dio lugar a numerosas expectativas de las dinastías europeas por las que corría sangre real española, esperanzas que no finalizaron con la designación en 1700 del candidato francés, el Duque de Anjou, como futuro rey de España, que reinaría con el nombre de Felipe V, y que tras su victoria en la guerra de carácter general europea, permitió la entronización de la dinastía borbónica en la Monarquía española, con el consiguiente cambio de orientación en la modernización del país, al tiempo que transformó profundamente el mapa europeo y las relaciones de fuerza entre sus potencias.
[Claudio Sánchez-Albornoz, ESPAÑA, un enigma histórico, Barcelona, Edhasa, 2000, 2 vols. II, págs. 1207-1214].

domingo, 9 de agosto de 2009

De la esperanza: Sísifo o el crepúsculo de la felicidad.

Sísifo, hijo de Eolo, se casó con una Pléyade llamada Mérope, la hija de Atlante, y de esa unión nacieron Glauco, Ornitión y Sinón. Mérope era dueña de un magnífico rebaño de vacas en Corinto. Cerca de su casa vivía Autólico, ladrón consumado al haber recibido de Hermes el poder de matamorfosear cualquier animal que robara. Sísifo marcó a sus vacas y descubrió que Autólico le robaba, convenciendo a sus vecinos y mientras fuera seguía la trifunca, corrió por la casa y sedujo a Anticlea, la hija de Autólico. Tuvieron un hijo, Ulises, y la forma en que se produjo esta concepción es suficiente para explicar su audacia.
Sísifo fundó Efira, conocida más tarde como Corinto. Después de que Zeus raptara a Egina, su padre, el dios-río Asopo, llegó a Corinto en su búsqueda. Sísifo no quiso revelar nada a Asopo si no se comprometía a proveer en la ciudadela de Corinto una fuente perenne; hizo brotar la fuente de Pirene y Sísifo le contó todo lo que sabía.
Zeus como venganza, mandó a su hermano Hades a castigar a Sísifo eternamente al Tártaro, por haber revelado secretos divinos. Engañó Sísifo a Hades y le esposó haciéndole prisionero, hasta que Ares, cuyos intereses quedaban amenazados lo liberó y puso a Sísifo en sus garras.
Antes de descender al Tártaro, dio ordenes a su esposa para que no le enterraran. Cuando llegó al palacio de Hades le dijo directamente a Perséfone que le dejara subir al mundo superior para preparar su entierro y vengarse de la desatención, no siendo su presencia conforme a ley. Perséfone le dió tres días y Sísifo no cumplió, volviendo Hermes a hacerle regresar a la fuerza. Entonces se le castigó ejemplarmente, los jueces de los muertos le hicieron subir un enorme bloque de piedra hasta la cima del monte, dejándolo caer por la otra ladera. Hasta ahora no ha logrado hacerlo, en cuanto llega a la cumbre, se vuelve por el peso la piedra a caer y tiene que recojerla otra vez abajo del todo y volverla a subir....
Para Albert Camus toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en que su destino le pertenece:
"No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El hombre absurdo dice y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos, no hay más que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, sabe que es dueño de sus días. En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierte en su destino, creado por él, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando. (...) Hay que imaginarse a Sísifo dichoso".
[Robert Graves, Los mitos griegos, Barcelona, Ariel, 1991, págs. 72-74; Albert Camus, El mito de Sísifo, Madrid, Alianza Editorial, 1983, págs. 157-162].