viernes, 17 de julio de 2009

El Deseo en la Ilíada.




"¡Mujer! No me amonestes el ánimo con duras injurias.
Es verdad que ahora ha vencido Menelao gracias a Atenea,
pero yo lo venceré otra vez: también con nosotros hay dioses.
Mas, ea, acostémonos y deleitémonos en el amor.
Nunca el deseo me ha cubierto así las mientes como ahora,
ni siquiera cuando tras raptarte de la amena Lacedemonia
me hice a la mar en las naves, surcadoras del ponto,
y en la ísla de Cránae compartí contigo lecho y amor.
¡Tan enamorado estoy ahora y tanto me embarga el dulce deseo!".

Homero, Ilíada, Madrid, Gredos, 2006, pág. 63.

Paris percibe la belleza de Helena y se deja regir por el éros, que cubre y aturde los sentidos del que ama. Lo importante es la tensión, el deseo, pero no el cumplimiento sexual. Hay un reparto de papeles no intercambiables; Paris es atrapado por éros por lo mismo que percibe la belleza. Helena en cambio, es la figura bella, no la que ama, sino la que hace posible el amor.
Amor, seducción, engaño y deseo pertenecen a la esfera de los dioses, son en cierto modo divinos, de ahí su peligrosidad, de ahí la posibilidad de que ellos nos arrastren fuera del recto camino. En este sentido son elementos sobre los que el hombre no tiene poder de resistencia, a los que está expuesto y no controla. Éros lanza a lo extraño, a la ausencia de morada, por lo mismo que nombra la ruptura inherente al reconocimiento de la belleza. Por eso la confusión, el estar fuera de sí, la obcecación y el desvío de la presencia cotidiana de las cosas.

Las esculturas que representan el Amor en Rodin son las que más me gustan, otro día hablaré de ellas, tampoco está nada mal en Nocturno Op. 9 No. 2 de Chopin.

lunes, 13 de julio de 2009

domingo, 12 de julio de 2009

Ira, ofuscación, enfado y ceguera en la Ilíada.


"Mas ¿qué podría haber hecho? La divinidad todo lo cumple.
La hija mayor de Zeus es la Ofuscación y a todos confunde
la maldita. Sus pies son delicados, pues sobre el suelo no
se posa, sino sobre las cabezas de los hombres camina
dañando a las gentes y a uno y a otro apresa en sus grilletes".

Homero, Ilíada, Madrid, Gredos, 2006, pág. 388.

Se ha estudiado con detenimiento la ira o el enfado en la Ilíada, su significado y naturaleza, su origen (divino o humano) y su grado de responsabilidad como agente social. Unos han opinado que es un estado mental en donde la conciencia normal se ve alterada temporalmente, es decir, como una locura transitoria atribuida a un agente externo. Más tarde al ser moralizada no sólo es vista como un castigo al estado mental, sino a los desastres objetivos que resultan de la misma. Otros achacan su especificidad divina, siendo el castigo una consecuencia. Algunos pensaron que el lenguaje homérico carecía de responsabilidad personal, de culpa, con lo que los comportamientos asociales son una especie de locura, que contiene dentro de sí las causas y las consecuencias. Para Havelock es una fuerza que hace que los hombres yerren, una fuerza introducida desde el exterior por medio de la actuación divina; con lo que se omite la responsabilidad individual, al estar el hombre indefenso ante ella y como consecuencia, el hombre comete actos que tienen repercusión sobre él mismo.
W. F. Wyatt habla de una fuerza externa impuesta, no una motivación o acción interna, que representa la decepción al no ir las cosas bien; como un desequilibrio que requiere su reconciliación para volver a la normalidad. En conclusión: si se ha ofendido a alguién hay que intentar la reconciliación. En este sentido es un mecanismo que obliga a los individuos a preservar el orden, ya que la ruptura que implica no puede ser tolerada por la sociedad, y mucho menos por sus líderes. Debe pues eliminarse, como cualquier otro mal. Sus causas y utilidades son divinas: uno puede admitir haber actuado en contra del bien común sin que suponga un descrédito para él, vital en toda cultura. Proporciona un mecanismo compensatorio de reconciliación de opuestos.
Para mí supone un error de cálculo, en un intento del héroe de ir más allá de sus propias posibilidades, y la adversidad no es divina, sino consecuencia normal de la situación. El error que inicia la acción es progresivo, como ocurre en la tragedia. El error no es inevitable, y sí existe una responsabilidad personal. Como consecuencia del error el héroe tiene que pagar un precio para salir de la situación: la vida, su prestigio. Con lo que saco la conclusión que toda toma de decisión equivocada suponen unas consecuencias negativas que pueden producir la ruptura de los parámetros sociales establecidos, y deberán reequilibrarse.